El caso de los jardines del triunfo, la solución | ideal

El caso de los jardines del triunfo, la solución | ideal


Play all audios:


No me gusta trabajar. Me gusta que parezca que lo hago. Intento disimular alargando el momento de tomar el primero de los cafés del día. El que sirve la máquina de la redacción es tan


desolador como una luz de neón a medianoche: insípido, triste y funcional. Una venganza que tomo a sorbos como penitencia por tener a cómplices capaces de hurgar entre tipografías muertas y


fotos grises encontrando aquello que yo ya no tengo la paciencia de buscar. Me tomaría ese insulso café con los pies sobre mi escritorio, pero no lo hago, no porque me falten ganas, sino


porque todavía conservo el pudor de quien finge estar ocupada. Mis soplones de hoy saben que les debo algo más que un favor. Quizá un bourbon. Aunque sea solo por mantener el pacto de fingir


que esto sigue siendo investigación. ‘Padre no hay más que uno’ es uno de esos sabios sin título que se sientan en la barra, piden lo mismo que tú sin necesidad de preguntar qué estás


tomando y, sin apenas mirarte, te revelan la pieza que faltaba del puzle. Señala con el vaso una línea blanca que corta la Vega como una frontera en el tiempo: el viejo Camino de Ronda. En


su voz hay historias que no se escribieron nunca en los papeles del periódico. Me habla del Colegio de los Salesianos, ese que no sale en la foto pero que sigue habitando sus recuerdos, con


patios enormes y un Cineclub que, sospecho, sembró en él la afición por los detectives de gabardina impoluta y mirada afilada. Con más clase que yo, sin duda. Luego cede el testigo a


‘angeluzón’, otro veterano de esta red de recuerdos. Él apunta sin dudar al edificio del Refino, donde los soldados de Artillería y los trabajadores de la Real Fábrica de Pólvora acudían a


cobrar y se repartían los permisos para comprar explosivos. Aún están las ventanillas donde se dispensaban sueldos y autorizaciones para manejar explosivos con la misma naturalidad. Apunta y


dispara a 1962. Lo dice sin alardes, como quien habla del tiempo que hará mañana. Estudiaba en el Padre Suárez entonces. El día del traslado del monumento de la Inmaculada prefirió mirar a


las nubes que a la pizarra y vió cómo colocaban a la Inmaculada en el lugar que hoy ocupa. Otro que aprendió más de detectives en el cine de verano del Triunfo —que se instalaba en el solar


que hoy, ¡maldita sea!, ocupa Hacienda— que en las clases de historia. Y por eso hoy, es un cómplice perfecto. ‘Ayo Tonia’, uno de los nuevos delatores, suelta el año como si fuera el último


as en una partida trucada: 1962. ‘Fou Andalou’ apunta hacia el mismo culpable, mil-novecientos-sesenta-y-dos, e imagino que su voz es apenas un roce en el aire, un secreto disfrazado de la


pista que resuelve el caso. El año que Marilyn dio su último suspiro entre sábanas de seda, en el que Kennedy puso a Cuba entre la espada y el bloqueo. En aquel año, las lluvias cayeron sin


piedad sobre Granada dejando a cientos de familias sin más techo que el cielo. También fue el año que se abrió al tráfico el tramo del Camino de Ronda que enlazaba la carretera de la costa


con el antiguo camino de Dílar. Poco glamour en esto, lo reconozco, solo asfalto caliente y atascos de fin de semana, pero te lo encuentras al pasar las ásperas páginas del diario. El café


ya está frío, la libreta tiene garabatos que mañana no sabré descifrar y mis cómplices se han esfumado como buenos fantasmas de hemeroteca. En este oficio, una historia lleva a otra. Y


mientras haya una ciudad que recuerde, yo tendré casos por resolver. Nos vemos en el próximo caso.