
Se descubre un fraude por $80 millones en atención médica tras la muerte sospechosa de una paciente
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Al parecer, los Spina respetaron esa ley durante unos 25 años. Entonces ¿por qué decidieron infringirla en el 2011? ¿Fue un deseo sincero de ofrecer más a sus pacientes? ¿O era la más básica
de todas las motivaciones, la codicia? Hay pruebas a favor de ambas razones, pero lo que resulta claro, según los fiscales, es que en el 2011 los hermanos Spina tramaron elaboradas estafas
para eludir la ley mediante la creación de empresas a nombre de médicos y otros proveedores de atención médica. Los documentos legales demuestran que los Spina dirigían esos negocios como si
ellos fueran los propietarios y los propietarios fueran los empleados, lo que constituye una violación de la ley estatal que permite que solo los médicos dirijan consultorios médicos o
contraten a médicos. “Si Medicare hace una auditoría, no habrá forma de salir de esto”. _— Mensaje electrónico de Jay Spina a Jeff Spina, 3 de enero del 2013_ De hecho, las pruebas
demuestran que Jay y Jeff conservaron todo el control, y administraron cada negocio y distribuyeron bonificaciones por desempeño a los propietarios nominales. La gerente del consultorio,
Grossman, quien se negó a conceder una entrevista, ayudó a crear y administrar las cuentas bancarias de los propietarios nominales de las empresas. Jay ordenó que el personal del consultorio
ocultara las conexiones de los hermanos con las otras empresas mediante el uso de variaciones de la dirección de la Dolson Avenue. El dinero se desviaba de esas empresas a otras que eran
propiedad de Jay y Jeff, y se encubría en concepto de pagos de alquileres y gastos de promoción. Jay fue el que más se benefició: un documento legal revela que él y su esposa recibieron $4
millones en desembolsos para su empresa, Effective Marketing. Entretenimiento Juegos de AARP Juegos y rompecabezas gratis en línea, incluidos los clásicos de Atari See more Entretenimiento
offers > Además de administrar ilegalmente todas las empresas, los hermanos incurrieron en otras actividades que constituyen los pilares del fraude en la atención médica. Facturaban
servicios que no prestaban. Cobraban a dos compañías de seguros distintas por los mismos procedimientos. Administraban tratamientos que no eran necesarios ni eficaces. (Las inyecciones
facetarias que Bagley le aplicó a Debbie Dillinger, por ejemplo, no tenían justificación médica, según un experto médico que estudió su expediente). Además, falsificaban expedientes médicos
para respaldar sus reclamaciones. “Son cuestiones habituales en nuestras investigaciones”, me explicó Frisco, del HHS. “Maximizar los beneficios”, añadió, era el objetivo de la actividad de
los Spina. En un mensaje electrónico del 2013, Jay previno a Jeff sobre la facturación excesiva. “Pienso que deberías vigilar esto más de cerca”, escribió. “Si Medicare hace una auditoría,
no habrá forma de salir de esto”. Mientras los hermanos se enriquecían, los documentos legales revelan que su hermana, Kimberly, recibía un salario de unos $16 por hora por su participación
en la estafa, que consistía en preparar informes médicos ficticios y adulterar las reclamaciones de beneficios de compensación al trabajador. Kimberly, quien se negó a hablar conmigo, es una
alcohólica en recuperación que reprobó los estudios de quiropráctica, según su abogado. Declaró ante los fiscales que dudaba tener oportunidades laborales fuera de la empresa familiar. Con
el paso de los años, el negocio de los Spina fue creciendo hasta contar con unos 30 empleados. Se trasladaron de su ubicación original a un local más grande y recién remodelado en un
edificio de un centro comercial a solo una milla de distancia, donde ofrecían una serie de servicios como fisioterapia, rehabilitación, acupuntura, masajes y control del dolor con medicina.
“Jay era encantador”, dijo Padilla, exagente de la Policía de Nueva York, “siempre vestía como un profesional, de traje. Incluso cuando estaba ocupado en otros asuntos, se paraba a hablar
con alguien y comenzaba a atenderlo, le masajeaba la espalda o utilizaba uno de los aparatos de masajes”. Jeff vestía cómodamente con camisetas polo y zapatillas, y según Padilla, era el
típico hijo del trabajador promedio, era “la máquina” que mantenía la operación en marcha. RYAN INZANA Delante de sus pacientes, los hermanos se mostraban sonrientes y cordiales. Sin
embargo, en la intimidad se enfrentaban con frecuencia. En una carta al tribunal, Jeff, quien no accedió a dar una entrevista para este artículo, escribió que sabía que su hermano se llevaba
la mayor parte de los beneficios de los servicios médicos por medio de una empresa gestora: “Tuvimos muchas discusiones fuertes y peleas por su falta de transparencia, en la oficina,
delante del personal y en su casa muchas veces, cuando su esposa tuvo que separarnos”. El quiropráctico Steve Brune, testigo de sus riñas en el consultorio, escribió en una carta al tribunal
que Jay solía ganar esas peleas: “En las discusiones con su hermano, Jeff no tenía ninguna posibilidad de ganar”. En las entrevistas con los investigadores, los empleados describieron el
modo en que el tratamiento de los pacientes solía depender únicamente de la cantidad de dinero que los Spina podían obtener de Medicare, de las aseguradoras de responsabilidad objetiva y de
los beneficios de compensación al trabajador. Los pacientes se derivaban entre las empresas de atención médica ficticias, y las reclamaciones de seguro se repartían para evitar llamar la
atención de los proveedores que estaban pendientes del fraude. Los hermanos inducían al personal a alcanzar determinadas metas de facturación sin tener en cuenta si los tratamientos eran
necesarios desde el punto de vista médico, y les ofrecían “planes de bonificación” semanales, como entradas de cine, almuerzos gratuitos y otras gratificaciones por alcanzar esas metas de
ganancias. Según los fiscales, los Spina también negociaron comisiones ilegales con proveedores de bienes y servicios, como soportes ortopédicos para la espalda y estudios de resonancia
magnética. Llegaron incluso a enseñarles a sus empleados a mentir a las compañías de seguros para obtener la aprobación de esos estudios y sus comisiones. No todo el personal de Dolson
estaba de acuerdo con estas actividades. Un médico envió un mensaje electrónico a Jeff para quejarse de que Jay y Kimberly lo presionaban para que creara informes exagerados a fin de
garantizar que las compañías de seguros aprobaran la terapia de forma ilimitada. “Hay límites de honradez y profesionalismo en la producción de documentación que no voy a cruzar”, escribió,
“y quiero que cesen de inmediato las amenazas de ser despedido si no lo hago”. Un antiguo paciente incluso declaró al FBI que se habían dado cuenta de que podría haber algo sospechoso cuando
recibió documentación sobre reclamaciones de proveedores de atención que nunca había visto, copagos incongruentes y facturas desconocidas que se enviaban a agencias de cobro. Ese paciente
describió la clínica como una “explotación” que lo hacía pasar por todos los tratamientos que cubriera su seguro. UN SISTEMA VULNERABLE ANTE EL FRAUDE ¿Cómo pudo durar tanto tiempo un fraude
semejante sin que se descubriera a sus autores? Es fácil, según Sparrow, el experto en fraudes de Harvard. En el sistema de seguros médicos de Estados Unidos, lo normal es que primero se
paguen las reclamaciones y luego se verifique su validez, si es que se verifica. “Los recursos disponibles para descubrir a los proveedores fraudulentos y abusivos son ínfimos en comparación
con la probable magnitud de estos problemas”, señaló. Los estafadores se aprovechan del hecho de que los sistemas de pago automatizados verifican las reclamaciones en función de criterios
puramente médicos, y no de su autenticidad. Siempre que una reclamación parezca correcta —el código del procedimiento coincide con el diagnóstico y el precio corresponde al tratamiento—,
puedes cobrar por procedimientos médicos totalmente ficticios. Los Spina tuvieron eso en cuenta en varias ocasiones cuando Medicare, la Oficina del Contralor del estado de Nueva York o las
compañías de seguros privadas les hicieron auditorías, según los investigadores: para cubrir sus rastros, los hermanos organizaron un “equipo de auditoría” especial con sus empleados para
confeccionar los expedientes médicos que faltaban en los archivos. Resulta irónico que los sistemas de control creados para detectar la facturación inadecuada les enseñen a los delincuentes
a ser mejores estafadores, según Sparrow. Por ejemplo, si un proveedor presenta una reclamación por un servicio que no está justificado por el diagnóstico de un paciente, recibirá un aviso
generado por una computadora en el que se le explicará por qué se ha rechazado la reclamación. “Es muy conveniente”, dijo Sparrow. “Un delincuente medianamente inteligente lo observa muy
atentamente por estas razones y deja de repetir esos errores”. EL “EXPERTO DE YOUTUBE” APLICA COMPLEJAS INYECCIONES FACETARIAS Cuando Charles Bagley se incorporó al equipo de Dolson Avenue
Medical en el verano del 2016, en muchos sentidos era un hombre arruinado que se recuperaba de un difícil divorcio, una declaración de bancarrota y una investigación de la Administración del
Control de Drogas de EE.UU. que le había costado su licencia para recetar narcóticos. No es de extrañar que Bagley aceptara de buen grado su nuevo trabajo asalariado que le evitaría el
estrés de dirigir un consultorio médico. En Dolson Avenue, lo único que debía hacer era esperar que llegaran los pacientes. A cambio, Bagley incorporó un nuevo procedimiento en la lista de
tratamientos cubiertos por el seguro del consultorio: las inyecciones facetarias. Las personas que aplican inyecciones facetarias deben recibir al menos tres meses de capacitación diaria y
directa de un médico que ya domine el procedimiento, según un experto consultado por la Oficina de Investigaciones del inspector general del HHS. Según los fiscales, Bagley no había recibido
ninguna capacitación formal, y alegó que aprendió por su cuenta observando a otros médicos y viendo videos en YouTube. Lo que es más, Bagley inyectaba a los pacientes con una mezcla que él
mismo había creado: una combinación de lidocaína, una solución azucarada e ingredientes que el experto consideraba “inusuales”. Los resultados podían ser terribles. En diciembre del 2016,
una paciente que estaba recibiendo tratamiento por lesiones en el cuello, la espalda y el hombro declaró posteriormente al FBI que recibió una inyección de lo que Bagley llamaba su “mezcla
especial”. Sintió una “descarga eléctrica” que le recorrió el brazo izquierdo y gritó de dolor. Cuando salió de la clínica aquella tarde, no podía caminar sin ayuda. Según su relato, se
sentía mareada, entumecida y le dolía el cuello. Meses después del incidente, seguía sintiendo dolor y entumecimiento y se vio obligada a abandonar su trabajo como auxiliar de cuidados en el
hogar. A principios de marzo del 2017, otro paciente se desmayó al recibir una inyección de Bagley. Un empleado de la clínica declaró al FBI que Jeff se había negado a que el personal
llamara al 911 porque no quería que acudiera la Policía. Después de reanimar al paciente con resucitación cardiopulmonar, Jeff le envió un mensaje electrónico a Jay. “Estuvo bastante mal
durante un rato”, escribió. “Tenemos que investigarlo”. Siete días después de ese mensaje, Debbie Dillinger acudió a la clínica para que le aplicaran la tercera inyección facetaria de ese
mes. Bagley debería haber utilizado una radiografía con contraste para guiar la aguja, según un informe pericial; en cambio, utilizó ultrasonido. Según el experto que estudió el incidente,
empleó demasiada lidocaína. Además, como Bagley lo reconoció cuando hablamos por teléfono sobre lo ocurrido, las inyecciones en el cuello pueden resultar muy arriesgadas. “No debería haber
aplicado las inyecciones en esa zona”. No estaba preparado para semejante emergencia, añadió.