
El club, película de pablo larraín sobre la iglesia
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DIRECTOR: Pablo Larraín GUION: Pablo Larraín, Guillermo Calderón y Daniel Villalobos ELENCO: Roberto Farías, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Jaime Vadell
y Marcelo Alonso DURACIÓN: 97 minutos En _El club_, su cuarta película, el director chileno Pablo Larraín parece alejarse por primera vez del tema que lo había ocupado hasta ahora: la
dictadura de Augusto Pinochet. Sin embargo, el personaje principal de toda su obra sigue siendo el Mal (con mayúscula). Larraín además persiste en retratarlo de forma indirecta; nunca de
frente. De tal manera que los aspectos más cotidianos e inocuos adquieren de repente un cariz siniestro que apunta refractariamente hacia un universo de maldad que los engloba. _El club_ se
ocupa de cómo la Iglesia católica exilia en comunidades apartadas a los religiosos acusados de abuso sexual y otras transgresiones, con la idea de que vivan en penitencia por sus pecados
esperando que solo sea la justicia divina la que los juzgue. Cuatro sacerdotes y una monja cohabitan en aparente armonía en una pequeña casa en La Boca, una ciudad costeña de Chile. A pesar
de la ubicación, nada apunta a que la playa donde se ubica el “club” sea un lugar soleado y cálido; al contrario, el entorno es gris e inhóspito, y una permanente neblina enturbia el
panorama. En la primera toma vemos al padre Vidal (Alfredo Castro, actor fetiche de Larraín) entrenando a un galgo en la playa. El perro salta tratando de alcanzar una carnada atada al final
de un palo. El círculo que se va formando en la arena alrededor de Vidal, adquirirá en retrospectiva un significado especial debido a que parece una forma más de aislamiento. Pronto nos
enteramos que Vidal se encuentra ahí por cargos de abuso sexual, al igual que otro de los curas. Un tercer religioso, por cooperar con la milicia de Pinochet. Hay un cuarto sacerdote cuya
ancianidad le impide incluso recordar cuál sería el crimen por el que fue excomulgado. La madre Mónica, imagen misma de la inocencia y cuya función única parece ser atender a los religiosos,
está también ahí por innombrables infracciones. Mónica les sirve de comer y juntos rezan, cantan, trabajan en la huerta y se entretienen llevando al galgo a competir en las carreras
organizadas por el pueblo.