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Mi hija, M.E., y yo tenemos muchas tradiciones festivas. Una es que cada año me lastimo la espalda cargando un abeto Douglas de 7 pies a la sala. Otra es que ella pasa varias frustrantes

horas desenredando y probando las luces, muchas de las cuales inexplicablemente han dejado de funcionar desde la última vez que las usamos. Pero nuestra mayor tradición es decorar el árbol

de Navidad con mi colección de adornos.  Por lo tanto, he caído en cuenta de que tengo dos árboles genealógicos.  Cortesía de JOHN FICARRA Uno está en Ancestry.com, donde puedo rastrear a

mis antepasados a través de varias generaciones. El otro es mi árbol de Navidad, donde puedo recordar personas y eventos importantes simplemente mirando los adornos que he recolectado

durante toda mi vida. Esto es cierto para muchas familias, estoy seguro. Nuestros adornos son más que decoraciones; son un recordatorio anual de una vida bien vivida. Veamos.  Los adornos

más preciados son los que fueron hechos a mano por familiares o amigos. Tengo una silueta de un alce marrón y de madera, hecha para mí por Andrea, una amiga de toda la vida, que falleció.

Andrea, a quien le encantaban los juegos de palabras, escribió “1986, que se alce el amor esta Navidad” en la parte de atrás con su distintiva caligrafía. Siempre me hace sonreír cada vez

que lo veo.   Tengo dos adornos de muñeco de nieve hechos con pelotas blancas de poliestireno y lana roja. No son las artesanías más bellas. Cuando mi tía, Alba, los hizo para mí a

principios de la década de 1980, me sentí un poco avergonzado de mostrarlos. Eso era antes. Ahora los coloco en un lugar prominente en el árbol y me inundan de inmediato los cálidos

recuerdos de mi tía difunta, quien era como mi segunda madre. Luego están los adornos que marcan un hito. Puedo ver el trayecto de la vida de M.E. en tres: