
Su esposo está en un hogar de ancianos, aislado durante la pandemia
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Phyllis y Bill Scantland en el 2015. Cortesía de PHYLLIS SCANTLAND Facebook Twitter LinkedIn
| El esposo de Phyllis Scantland siempre se ocupó de ella: se mantuvo a su lado cuando un episodio importante de depresión la obligó a dejar su trabajo, estuvo activamente presente cuando
ella luchó contra un cáncer de seno e insistía en que ella merecía más —un Ford Escape con todos los lujos, una casa más grande en un vecindario más elegante— de lo que deseaba para sí
misma.
De modo que cuando Bill Scantland, de 84 años, recibió el diagnóstico de demencia con cuerpos de Lewy un par de años atrás, Phyllis, de 63, estaba decidida a retribuir. Por eso se negó a
internarlo en un hogar de ancianos hasta que no tuvo otra alternativa. Y por eso ahora, que no puede verlo por la pandemia de COVID-19 y la prohibición federal de casi todas las visitas a
los centros de cuidados a largo plazo, se siente abrumada por la culpa.
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"Él sabe que me necesita y yo no estoy ahí... tengo miedo de que piense que me perdió", dice Scantland, de South Bend, Indiana. "No quiero que crea que está olvidado o no lo aman. No quiero
que piense que va a morir allí, solo".
Después del diagnóstico, ella le prometió que lo cuidaría, lo que para ella significaba mantenerlo en casa. Pero para el verano pasado, ese plan se volvió inseguro para ambos. Ella instaló
cerraduras especiales para evitar que él saliera a deambular. Él se cayó y se fracturó la cadera. Y la demencia convirtió al hombre amable a quien ella amaba en una persona combativa. En una
ocasión, la agarró y la sacudió; a veces, daba golpes estando dormido.
Phyllis y Bill Scantland en el día de su boda en 1982. CORTESÍA DE DE PHYLLIS SCANTLANDDe todos modos, ella luchó por él. Lo retiró de un hogar de ancianos luego de que se fracturara la otra cadera allí. En ese centro también le perdieron los anteojos, no le cambiaban la ropa
interior sucia y dejaron de darle la sábana ajustable para la cama.
El Golden LivingCenter en la cercana Mishawaka, donde no se han reportado casos de coronavirus, es una mejor opción. Pero ahora que no lo puede ver, está cada vez más temerosa. Le preocupa
que él esté aislado, que se le estén atrofiando las piernas, que no se esté alimentando bien.