
Preocupación por familiar en un hogar con coronavirus
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Bernice Stafford-Turner, de 68 años, ha cuidado de su hermano menor desde que lo atropelló un auto a los tres años y sufrió una lesión cerebral que le cambió la vida. Hace dos años, cuando
se hizo evidente que necesitaba más apoyo de lo que ella podía brindar, Stafford-Turner ingresó a su hermano al Canterbury Rehabilitation and Healthcare Center en Richmond, Virginia, la
ciudad donde ella vive. Ahora, Fred Stafford, de 66 años, es uno de al menos 130 residentes que han arrojado resultado positivo a la prueba de COVID-19 en el hogar de ancianos, donde el
coronavirus ha cobrado por lo menos 49 vidas en lo que se considera uno de los brotes más mortíferos del país. Su hermano es asintomático, pero eso no quiere decir que Stafford-Turner, quien
es abogada, esté tranquila. ¿Qué va a pasar si su estado cambia o si se contagia de nuevo? Le preocupa que se sienta solo, que nadie se comunique con él, que nadie esté pendiente de él, que
se ahogue, que necesite un cambio de pañal. No cree que él pueda presionar un botón para pedir ayudar. Y aunque pudiera, dice, su hermano no es el tipo de persona que lo presionaría. Eso no
quiere decir que no confía en las personas que trabajan en el hogar de ancianos: "Intentan ser responsables, pero están abrumadas". Stafford-Turner obtuvo un título universitario
en educación especial y le enseñó a Fred a escribir su nombre. Después, se inscribió en un programa para ser asistente de enfermería certificada para capacitarse y saber cómo proporcionarle
a su hermano los cuidados más adecuados durante la década que vivió con ella. Y cuando él declaró un día que quería ser predicador, ella le compró una cruz y una camisa con collarín, lo
inscribió en un programa de estudios bíblicos y comenzó a llamarlo "reverendo Fred". Ella lo visitaba varias veces a la semana en el centro de cuidados a largo plazo, pero ahora no
puede hacerlo dadas las prohibiciones federales para casi todas las visitas a los hogares de ancianos durante la pandemia. Sin saber qué hacer, ha optado por escribir cartas a las
autoridades. Stafford-Turner se ha comunicado con senadores, con el gobernador e incluso con el presidente en nombre de su hermano. Ella aboga por conseguir mejores pruebas de detección y
mejores intervenciones y medidas de protección, y también un equipo de trabajo dedicado a los hogares de ancianos que se enfoque en los derechos de los residentes. Quiere que todos sepan que
Fred Stafford es más que solo un número. Ama pescar y le encantan la música religiosa y Barack Obama. Es una persona "dura" que ha salido adelante después de haber estado en
listas críticas "al menos diez veces en su vida", comenta. En medio de la angustia, ella se aferra a los momentos felices. Recuerda el viaje que hicieron hace cuatro años por el
país con su madre, ya fallecida. Con la camioneta Ford Econoline 1991 de Stafford-Turner cargada, se dirigieron al oeste. Miraron el Océano Pacífico desde California, vieron fuegos
artificiales y apostaron en Las Vegas y vieron las estrellas desde el desierto. Desde el asiente delantero, su hermano anunció: "¡Soy tu copiloto!". Ahora, más que nunca, ella
quiere poder decirle lo mismo.