
Nuevos retos a pesar de normalidad en centros
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"¡Bingo!” gritó Jo Shackelfurd, de 88 años, y recibió dos monedas de cinco centavos por ser la ganadora y dos “monedas para los vecinos”, una para el jugador a su derecha y otra para el
jugador a su izquierda. "Menos mal que estoy sentada a tu lado”, bromeó Melva Keever, de 89 años, que no había ganado ningún juego todavía, “o me habría arruinado”. Los residentes
disfrutan del regreso del bingo y la oportunidad de ganar unas monedas. “Es muy lucrativo”, dijo la directora de actividades, Meredith Tolley. Emily Paulin Las actividades grupales, que
aparte de los bolos y el bingo incluyen jardinería, talleres de cerámica, manicuras y noches de cine, han sido algunas de las actividades recuperadas más populares de los últimos meses en
Manor. A principios de marzo del 2020, cuando los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid (CMS) federales publicaron su primer memorándum sobre COVID-19 (enlace en inglés), en el que
instruyeron a los hogares de ancianos que cerraran los comedores comunitarios y pararan las actividades en grupo, los residentes de Manor fueron confinados mayormente en sus habitaciones.
Comían sus comidas junto a la cama. Realizaban actividades solos. El ejercicio quedó relegado a un segundo plano. Solo veían a sus seres queridos a través de ventanas o pantallas de
teléfonos. Entretenimiento Paramount+ 10% de descuento en cualquier plan de Paramount+ See more Entretenimiento offers > A mediados de septiembre los CMS —que regulan los 15,000 hogares
de ancianos en el país— reconocieron que "los residentes podían sentirse aislados socialmente, lo cual conlleva un mayor riesgo de depresión, ansiedad y otras expresiones de angustia”,
y actualizaron sus pautas para permitir las actividades grupales y las visitas bajo ciertas condiciones. Pero Manor identificó sus primeros casos de COVID-19 de la pandemia poco después. En
breve, se descubrieron más casos positivos, con un total de cinco residentes y 15 miembros del personal infectados con el virus en los meses siguientes. Dos de esos residentes murieron a
causa de la COVID-19. No fue hasta diciembre, cuando los residentes y el personal del centro estuvieron libres de nuevos casos de COVID durante dos semanas, que el comedor volvió a abrirse
por primera vez en nueve meses, para ser cerrado de nuevo tres días más tarde cuando un miembro del personal recibió un resultado positivo. Cuando los eventos comunitarios finalmente
regresaron de manera estable en enero, en medio de la distribución de la vacuna contra la COVID-19, los residentes se regocijaron. "Fue maravilloso”, dijo Norma Reman, de 87 años,
acerca de su primera comida con otros residentes. “Estamos todos juntos, más o menos”, dijo, indicando con las manos que los residentes estaban separados entre sí, “y cada uno puede comer
una cosa distinta”. "Y no tienes que comer en un plato de papel” agregó Suzanne Steele, una asistente de actividades. La residente Norma Reman pinta su cerdo, “Porky”, en una clase de
cerámica en grupo. Emily Paulin Reman asintió con entusiasmo. “No me gustaba eso, tener que quedarme en la habitación”, dijo. “Esperaba que [el virus] se marchará por fin o que llegáramos a
un punto en que pudiéramos hacer todo juntos". Pero no todos los residentes se alegran del retorno de la vida comunitaria a Manor. Uno de los desafíos recientes para el personal ha sido
persuadir a los residentes para que salgan de sus habitaciones. El aumento en los índices de depresión y el empeoramiento del debilitamiento físico, causados por el aislamiento prolongado
durante el confinamiento, probablemente sean los motivos de la reducción en el nivel de participación, dice la Dra. Carla Perissinotto, subdirectora de Programas Clínicos Geriátricos en
University of California, San Francisco. Los cambios en la rutina, especialmente en el caso de los residentes que padecen demencia —para quienes el cambio puede ser desorientador— podrían
también ser una causa, así como el temor persistente de contraer el virus. Pero es vital que encontremos formas de alentar a los residentes a socializar, dijo Perissinotto. Según estudios,
(enlace en inglés) el aislamiento y la soledad se relacionan con un riesgo aproximadamente un 50% más alto de desarrollar demencia y un riesgo casi cuatro veces mayor de fallecer entre los
pacientes con insuficiencia cardíaca. "Deben ser conscientes de quiénes se sienten solos como resultado de todo lo relacionado con [la pandemia] y preguntarle a cada persona qué pueden
hacer para ayudarlas”, esto, indicó Perissinotto, es lo que aconseja en los hogares de ancianos. “Inicien la conversación… reconozcan que esta situación apesta y que estamos aquí y vamos a
superarlo juntos, para intentar infundir esperanza” 'ESTOY SONRIENDO DEBAJO DE LA MASCARILLA, DE VERDAD La residente Frieda Waterson sonríe debajo de su mascarilla durante una visita de
su familia. Emily Paulin A principios de marzo, una vez completada la vacunación en casi todos los hogares de ancianos y tras el drástico descenso en los índices de infección y muerte, el
Gobierno federal volvió a publicar nuevas pautas para los centros, con lo que facilitó que los residentes pudieran ver, abrazar y dar la mano a sus seres queridos durante las visitas,
incluso en interiores. “No hay nada que reemplace el contacto físico, como el cálido abrazo entre un residente y un ser querido”, señalan las recomendaciones, que al mismo tiempo advierten
que deben continuar las precauciones, entre ellas el uso de mascarillas, los límites de tiempo para las visitas y el número máximo de visitantes. Al día siguiente, Manor anunció que cada
residente podría tener dos visitas de 30 minutos y una visita de 60 minutos en el interior del centro cada semana, con dos visitantes a la vez. Era una soleada mañana de domingo en abril
cuando Frieda Waterson, de 95 años, vio a su nieta Keyra Comer y a sus bisnietos, Connor, de 17 años, y Kenna, de 19 años, acercarse a la entrada de Manor. Suspiró y miró a través de la
ventana del vestíbulo principal. No los había visto en persona en 15 meses. Keyra y Connor entraron primero en el edificio, para respetar el límite de dos visitantes, mientras que Kenna
esperaba fuera en el pabellón de Manor. Connor puso al día a su bisabuela sobre lo que había hecho durante el pasado año y tres meses; le contó sobre sus clases en la escuela secundaria, su
estirón de estatura y su nueva novia. Después de 15 minutos, llegó el momento de que los biznietos cambiaran de lugar con su madre. "Ha sido una sorpresa maravillosa”, dijo Waterson,
cuando Connor se agachó junto a su silla de ruedas para darle un abrazo de despedida. Waterson se agarró al brazo de su bisnieto mientras posaban para una foto. “Estoy sonriendo debajo de la
mascarilla, de verdad”, dijo, señalando a su mascarilla con estampado de guepardo. Connor Comer enseña a su bisabuela, Frieda Waterson, una foto de él con su novia. Emily Paulin Pero para
algunas familias, las mascarillas no solo obstruyen las sonrisas. Cuando Connie Reimer supo que podría sentarse junto a su madre de 99 años, Doris “Dode” Voss, durante sus visitas a Manor,
le pidió al personal que buscaran el álbum de fotos de la familia Voss para ayudar a su madre a hojear sus páginas. Reimer pensó que tal vez desencadenaría recuerdos para su madre, que sufre
demencia. Pero Voss, confundida y asustada por la mascarilla, se negó a usarla. "No pude tomarla de la mano ni darle un abrazo porque no se quiso poner la mascarilla”, explicó Reimer.
“No entiende que una cosa depende de la otra”. Muchas familias afrontan las mismas dificultades ya que más de la tercera parte de los residentes de los hogares de ancianos tienen deterioro
cognitivo grave, y alrededor de una cuarta parte tienen deterioro cognitivo moderado, según un informe de CMS del 2015 (enlace en inglés).