
¿Cuál es el verdadero problema con la carne roja?
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GRANDRIVER/E+/GETTY IMAGES Facebook Twitter LinkedIn
Si te encantan los bistecs y las hamburguesas, los titulares de esta semana quizás hayan parecido demasiado buenos para ser verdad: sigue comiendo carne roja; no hay motivo para consumir
menos. Ese es el resultado de una serie de artículos publicados en la prestigiosa revista Annals of Internal Medicine (en inglés) por un grupo internacional de 19 investigadores que
analizaron estudios existentes sobre la carne roja y la salud.
Antes de que celebres en un restaurante especializado en carne, toma esto en cuenta: la mayoría de los científicos interpretan esa misma investigación de una manera muy distinta, y vinculan
la carne roja con una gran cantidad de enfermedades mortales. Organizaciones de salud reconocidas, como la American Heart Association y la Organización Mundial de la Salud, e incluso el
Departamento de Agricultura de Estados Unidos —encargados de las funciones conflictivas de proteger nuestra salud y promover la industria de la carne—, concluyen que deberíamos comer mucha
menos carne roja (que incluye carne de res, cordero, puerco y carne procesada como el tocino y pepperoni).
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¿Cómo es posible que la misma investigación —décadas de la misma, 61 estudios que dieron seguimiento a los hábitos alimenticios de más de 4 millones de personas alrededor del mundo— se
presta a conclusiones tan extremadamente divergentes?
Planteamos esa pregunta a un hombre que sabe más sobre esto que la mayoría de la gente: el médico y epidemiólogo Frank Hu, presidente del Departamento de Nutrición en la Facultad de Salud
Pública de Harvard, y profesor de Medicina en la Facultad de Medicina de Harvard. Su investigación, incluidos estudios de largo tiempo que siguen la alimentación de 300,000 personas por
hasta cuatro décadas, ha esclarecido vínculos entre la alimentación y la salud; incluido el papel que desempeña la carne roja.
Como él lo explica, los autores de Annals aplicaron un estándar distinto y mucho más alto —del tipo que se usa para pruebas de fármacos— a los datos de nutrición que estaban analizando. Ese
estándar, que implica cosas como ensayos clínicos doble ciego, realmente no es posible aplicarlo a la investigación sobre nutrición. Tampoco, dice él, sería ético hacerlo ya que significaría
preparar experimentos donde algunas personas comerían lo que especulabas que podría ser malo para su salud durante una cantidad de tiempo considerable: “Imagínate pedir a miles de personas
que coman carne roja todos los días durante una década y comparar los resultados de sus enfermedades con los de las personas a quienes se les dijo que comieran poco o nada de carne roja”.
Hu también observa que incluso si los datos representados en los informes de Annals no incluyen los ensayos clínicos, sí cuentan como una investigación de “alta calidad”, ya que siguieron
los hábitos alimenticios de 4 millones de personas durante largos períodos, a menudo décadas. “Cuando encuentras los mismos resultados en diferentes poblaciones y sectores demográficos con
distintos hábitos alimenticios, se los tiene que tomar en serio”, agrega él.