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Betis: ¿Derrota, error, fracaso?
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Señalar culpables tras un episodio desgraciado es simplista. Los psicólogos recomiendan dejar pasar unos días, para tomar distancia. Entonces, nos damos cuenta de que las causas son mucho
más numerosas y complejas. Sin embargo, es sabido que los partidos determinantes se ganan o pierden por ... detalles. Para proclamarse campeón de la Conference, no cabe cometer errores de
bulto, ni puede uno permitirse que algún jugador esté muy por debajo del nivel exigible. De la misma manera que Antony, aclamado como Antonio de Triana, ha sido una de las claves de que el
Betis haya cuajado una buena temporada, no es comprensible que el brasileño desapareciera por completo del partido más importante en la historia del club. Más sorprendente es aún la
pusilanimidad con que Jesús Rodríguez defendió un ataque del Chelsea, permitiendo que Palmer le regateara y sirviera en bandeja el 2-1 a Nico Jackson. El canterano está fundido físicamente y
tal vez Pellegrini no debería haberlo sacado, cuando se lesionó Abde, autor del gol verdiblanco. Pero incluso padeciendo la acumulación de partidos, y estando lejos de su mejor versión, es
desconcertante la poca resistencia que el extremo opuso. Los partidos los pierden y los ganan once jugadores, más los que salen de reserva. Pero si dos de ellos tienen un día aciago, es muy
difícil alcanzar la victoria contra un equipo, como el Chelsea, que no perdona debilidades. Máxime cuando el Betis no tiene tantas estrellas como el equipo londinense y depende sobremanera
de sus dos astros, Antony e Isco. El malagueño volvió a dar un recital en la primera parte y fue el jugador por el que pasaron todas las jugadas de peligro del Betis, incluyendo el gol,
asistencia suya. Antes de empatar en el minuto 65, el Chelsea tuvo la posesión del balón —el doble de tiempo que su rival—, pero el Betis estaba tan bien plantado en el campo y sus jugadores
desplegaron tanta intensidad que los británicos no podían disparar a puerta. El último tercio del partido —justo es reconocerlo— fue un monólogo azul. «Las finales no se juegan, se ganan»,
proclamaba Di Stéfano y, años después, Luis Aragonés, incluso Simeone. «Nadie se acuerda del segundo», dijo Bilardo a un periodista: «¿Vos sabés quien pisó América después de Colón? Yo no».
Pero no es menos cierto que las metas se alcanzan progresivamente, paso a paso, partido a partido: llegar a una final europea es un paso, no el definitivo, desde luego, pero sí un paso en la
senda para que el Betis deje de ser un segundón, en cuanto a títulos se refiere. En todo caso, no comparto la visión catastrofista que se ha instalado en la cultura del triunfo con
eslóganes simplones como el de «si quieres, puedes» o «ganar es lo único que importa». Ya lo sé: se recuerda a quién ganó, no cómo lo logró. Pero el camino es tan importante como la meta.
También en la derrota. En el Mundial de 1974, la Naranja Mecánica no triunfó, pero la selección holandesa ejerció una influencia que aún hoy se percibe. Perder no es siempre fracasar, al
menos no en todas las dimensiones. Como el fútbol, la vida es un juego. No se trata de ganar siempre, sino de apostar siempre, de poner toda la carne en el asador, aun a sabiendas de que
doblegar al Chelsea es tarea casi imposible. El Betis dio el callo y, en los primeros 45 minutos, fue superior a su rival: más inteligente, más eficaz. Dicen que nadie recuerda al
subcampeón. Es posible. Pero los béticos se fueron al descanso del partido con la ilusión intacta, porque su equipo había sido mejor que una escuadra, cuyo presupuesto es mayor que el del
resto de participantes de la Conference. Es injusto que recordemos solo a Antony y a Jesús, y que el Betis encajara cuatro goles. Pero el fútbol no tiene nada que ver con la justicia.