Agustín Pery: Corruptos son los otros

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lente de aumento


Corruptos son los otrosAsistimos a una degradación vertiginosa. A cada empellón del periodismo de investigación, la respuesta oficial es una letanía de bulosLeire o el esperpentoUn Gobierno


en el fango por la Bego, el David y el presi Agustín Pery


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Iniciar sesión04/06/2025Actualizado a las 21:25h.Compartir Copiar enlace


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Suscribete Lo peor de la corrupción es cuando se justifica en función de la ideología. Ningún partido es ajeno a esa pandemia, instalada como metástasis en nuestra democracia. Lo he visto


con el PP, que se quejaba a mis directores; lo he padecido con el ... nacionalismo, que me señalaba como 'foraster'; lo constato con el socialismo, que nos ve a tantos como fascistas


irredentos.


Lo mollar no es lo que sea uno, tampoco de qué pie cojean quienes investigan las tramas corruptas que asuelan este país, y lo esquilman. Ni siquiera los motivos espurios que mueven a una


fuente a destapar aquello que hasta hace unos días no censuraba, sino de lo que se beneficiaba.


Los caminos de la corrupción son infinitos pero la verdad de lo destapado solo una. La veracidad del escándalo debería ser lo que moviera la ira de unos u otros, en realidad de todos. Mucho


más si los mangarrufas que han germinado ciscándose en el abono de tus principios son tus edecanes, los líderes de tu partido.


Lamentablemente nunca es así. Lo vemos constantemente en la corrala del Congreso, con el Gobierno de hoy entregado a la arqueología de la corrupción del que le precedió. ¿Sirve de algo? No,


en absoluto. Acaso como multiplicador de los golfos, que actúan con el convencimiento de que si son descubiertos su partido los cubrirá con su manto y, si aun así no fuera suficiente,


mitigará el desdoro permeabilizando el daño con una salida discreta que hace del latrocinio una empresa lucrativa: riesgo mínimo para tan rentable recompensa.


Ese «y tú más» no consuela porque al final del todo están los grandes perjudicados: los ciudadanos. La razón de tanta sinrazón, de orfandad ética y bulimia moral, no puede ser jamás un bien


superior. Bajo esa coartada se cometen siempre los mayores desmanes. Se trata al fin no de guiar al pueblo sino de domarlo tirando del dogal legislativo hasta hacer del poder ejecutivo el


único falsamente legítimo para embridar un país.


Lo padecí, embrionario, en los PP periféricos. Aún recuerdo ese viaje a Madrid porque el visir del PP balear se quejaba de nuestras investigaciones y reclamaba mi cabeza. Afortunadamente


para mi hipoteca mi entonces director me respaldó y pude decirle a la cara que, entrecomillo, «tengo la certeza periodística de que eres un chorizo, falta la judicial». La penal llegó, como


también la de sus intermitentes socios nacionalistas, cuyo partido implosionó gracias a las informaciones de mis compañeros, titanes en la lucha contra la corrupción, por mucho que nos


negaran el maná publicitario con el que regaban a cabeceras más dóciles, más serviles, más cómplices.


Hoy lo compruebo cada día, con degradación vertiginosa, entre las huestes del régimen sanchista, instalado en una huida hacia adelante en la que a cada empellón del periodismo de


investigación responde con una letanía de bulos, fangos, y fascismos que, acaso, solo practican ellos.


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