
San isidoro quiere rescatar dos capillas ‘secretas’
- Select a language for the TTS:
- Spanish Female
- Spanish Male
- Spanish Latin American Female
- Spanish Latin American Male
- Language selected: (auto detect) - ES
Play all audios:

Hay dos capillas «secretas» en San Isidoro. Son el próximo objetivo del Cabildo. La capilla de La Magdalena y la de los Omaña quedaron al margen de la reciente reforma que sufrió el museo de
la Colegiata, diseñada por el arquitecto madrileño Juan Pablo Rodríguez Frade. Llevan décadas cerradas, utilizadas como almacén de obras de arte que no han encontrado acomodo en otras
estancias. Pero antes que ellas, será la Sala del Pendón de Baeza la primera en ser reformada. El Cabildo acaba de enviar a la Junta de Castilla y León el proyecto que permitirá ampliar las
actividades culturales de la estancia que en el siglo XII fue el refectorio y comedor de los monjes. De planta rectangular, tiene una espectacular bóveda barroca del siglo XVIII, que no se
va a tocar. La restauración se limitará a mejor el sonido y la iluminación y a eliminar elementos decimonónicos como el terciopelo, la tarima, las maderas de los radiadores, los asientos...
La reforma del museo permitió abrir capillas hasta hace un año inéditas para el público, como la de San Ignacio y la de San José, convertida ahora en el santuario de las primeras Cortes con
representación del pueblo llano, celebradas en la colegiata en el año 1188. Pero quedaron pendientes para una futura rehabilitación la capilla de La Magdalena y la de los Omaña, que ha sido
fragua y trastero y tiene una historia turbulenta. Esta estancia fue la última morada de una de las familias leonesas más poderosas de la Edad Media. En ella está enterrado Ares de Omaña,
personaje que fue ejecutado por su tío, el conde de Luna, en la Torre de Santa María de Ordás; y todo porque el sobrino se oponía a que su tío construyera en León el actual Palacio del Conde
Luna sobre la muralla. También yace en la misma capilla la madre del desdichado Ares, Sancha Álvarez de Omaña. El abandono de este oratorio situado en el claustro provocó la ruina
prácticamente de todas las pinturas murales que revestían sus muros. UNA SALA DE PIEDRAS La idea es convertir la capilla en un lapidario. En los años cincuenta, casi coincidiendo con la
creación del museo, San Isidoro apiló en las galerías del claustro su «colección de piedras». En 2005 se llevó a cabo la limpieza y clasificación de todas las lápidas y estelas. Se
contabilizaron entonces 1.079 piezas, unas 200 de ellas de incuestionable valor. Las más interesantes son estelas funerarias romanas y de época gótica —vestigios de monumentos funerarios de
nobles y reyes—. Dadas las dimensiones de la capilla de los Omaña, buena parte de ellas podrían encontrar acomodo en una estancia que no se enseña al público. Tanto la capilla de los Omaña
como la de La Magdalena están siendo vaciadas para planear mejor la intervención, según confirma Raquel Jaén, directora del Museo de San Isidoro. Hernando Díaz, regidor vitalicio de León,
que compatibilizaba el cargo con el de fiscal sustituto del Consejo Real de Castilla entre 1542 y 1552, casado con Beatriz de Ortega y padre de siete hijos, pagó al Cabildo la suma de 150
ducados por ser titular de una capilla en la colegiata. Díaz se quedó con la capilla de la Magdalena, una de las once que hay en el claustro; las otras son las de los Quiñones, los Castañón,
los Omaña, los Villafañe, la de San Ignacio, la de San José, la de los Vacas, la de los Salazar, la de Santa Mónica y la del Santo Cristo. El regidor leonés contrató al cantero Francisco
Daza para reformar la capilla, bajo la supervisión del maestro Juan del Ribero Rada —autor de significativos edificios leoneses, como el consistorio o iglesia de San Marcelo—. La obra,
iniciada en 1580, duró dos años y costó 350 ducados. La capilla de la Magdalena, decorada con pinturas al fresco, es uno de los espacios más desconocidos de San Isidoro. El hijo del mecenas
Hernando Díaz, el también regidor Francisco Díaz de Quiñones, sufragó un retablo dedicado a la Magdalena, del que se encargó el escultor leonés Agustín Fernández de Benavides en abril de
1616. Los canónigos mostraron su malestar por el uso que se hace de la capilla —según consta en las actas capitulares de junio de 1627—, «ya que el capellán a su cargo la solía dejar cerrada
con su llave, haciéndose dueño de ella». El mecenas Hernando Díaz donó a la colegiata una espectacular colección bibliográfica.