Juan echanove, miguel poveda y federico garcía lorca, una tarde entre amigos | ideal

Juan echanove, miguel poveda y federico garcía lorca, una tarde entre amigos | ideal


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Tarde de emoción y de arte, de sencillez y de franqueza, de prosa preciosa y de versos dispersos. En el Auditorio de Caja Rural, culminó ... la jornada, que tuvo su mañana en la Acera de


Darro, cuando se inauguró una placa conmemorativa, cuya ausencia casi injuriaba. Un mano a mano entre Juan Echanove y Miguel Poveda, tan inédito como sugestivo, con Federico al fondo.


Miguel, en su largo preámbulo, presentó su Centro Cultural Federico en Granada, un loco empeño que cuenta con la ayuda de decenas de personas, a las que fue mostrando su agradecimiento.


Luego, Juan volvió a deleitarnos con su lectura de aquella conferencia que impartió Federico en vida y que se titula: «Cómo canta una ciudad, de noviembre a noviembre». El gran actor, con el


grandísimo Lorca entre sus manos, quiso hacerse menudo en la voz, jacarandoso en el tono, discreto en el deje andaluz… Sus manos son palomas que se mecen en lo negro del escenario, esa


noche sin más luna que la metáfora de plata del poeta. Un gesto para cada renglón, un cantarcillo perdido entre los párrafos y siempre un Lorca leído con ingenuidad y garbo. Entreverando


bellezas, Miguel paladeó las canciones lorquianas y otras tonadas, en las estribaciones entre la copla y el flamenco. Sólo él sabe sufrirlas así. Los micrófonos, entre celosos e incomodos


ante tanto arte, decidieron revelarse y hubo que invitarlos a abandonar el escenario. Mejor. Mucho mejor. Sí, Poli, no te azores. Porque entonces, con su voz natural y sin artilugios, ambos


artistas se vinieron arriba. Juan desnudó su inadecuado frac y gastó chaleco, Miguel destapó ese suplicio placentero que borbotea de su pecho, manantial sonoro. Todo evocando la voz de


Federico, que seguramente nunca usó micrófonos. Y que continúan siendo la brisa que no cesa. Unos palmos de retiro hacia el foro y una corchea de discreción en el piano: Joan Albert Amargós,


terne ante el teclado blanquinegro, sin aspaviento ni alharaca, dibujando fondos para Juan y formas a las canciones de Miguel. El Auditorio de la carretera de Armilla totalmente lleno.


Gente que, incluso, no pudo entrar porque se completó su aforo. La Fundación Caja Rural, una vez más, esforzada al límite por patrocinar lo mejor para nuestra tierra. Aquí y acullá se vieron


las tres espigas estilizadas que la blasonan, y que a mí, la noche del martes, me recordaron aquel deseo rimado por Federico: «convertir mi llanto y mis sudores en eterno montón de duro


trigo».