
Andrés Neuman: Fervor del libro | Ideal
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Viendo la multitud encuadernada entre casetas, bullendo entre las ramas de la prisa, podríamos pensar que una feria del libro no parece el lugar más ... propicio para la reflexión de la
lectura, su silencio interior. Es cierto: no lo parece. Sin embargo, este mismo gentío que desborda la calle con su avidez lectora resulta imprescindible, esperanzador y, en su rumor de
enjambre, bellísimo. Porque la intimidad también se comparte y se comprende colectivamente. Porque la lectura inventa una soledad asociativa, sumando árbol tras árbol hasta hacer bosque.
Porque todo entusiasmo necesita cómplices. Y porque los eventos masivos, que hay quien subestima con ojos elitistas, también construyen nuestra identidad: poseen el sentido de los rituales.
Entre otros prodigios, las ferias del libro posibilitan la materialización de dos fantasmas recíprocos: el de quien escribe un texto y el de quien lo lee. Durante la escritura, no podemos
evitar preguntarnos si alguna vez, en algún lugar, habrá alguien al otro lado de la página. Dónde y cuándo estará. Qué sentirá. Del mismo modo, durante la lectura nos preguntamos quién será
la persona que ha imaginado ese mundo. Cómo será su vida. Si tendrá los zapatos desgastados. Si sus dolores se parecerán a los nuestros. Cuando ambos personajes se encuentran, el sobresalto
es simultáneo. Así que era verdad: ¡existíamos! En una época en que el cuerpo de lo real se pierde entre imágenes intangibles, nuestros pequeños fetichismos físicos adquieren hoy más que
nunca una dimensión trascendental. Si a eso le sumamos los actos culturales, las conversaciones, los paseos e incluso los encuentros fortuitos, cabe afirmar que esta fiesta es ya casi la
única forma que nos queda de socializar en masa fuera de los bares. Aunque muchas de nuestras jornadas librescas acaben, confesemos, en un bar. Miro el día arbolado, hecho de nubes verdes, y
el río de miradas en busca de su texto, sus raíces. Solemos recordar aquello que Federico cantó de su ciudad: que de Granada sólo se puede escapar por el cielo. El cielo de los libros.