«el tiempo se para al entrar en la cárcel» | ideal

«el tiempo se para al entrar en la cárcel» | ideal


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José recuerda la primera vez que vio a su hija de cinco años a través de una mampara en el Centro Penitenciario de Albolote y ... se le congela el alma. «Puso su mano sobre el cristal para


intentar juntarla con la mía y no pude evitar llorar», dice. Se le quiebra la voz y se le humedecen los ojos. Después, continua con su historia. A su lado, Lolo asegura uno de los momentos


más duros de su vida fue ver que no pudo acompañar a su madre cuando padecía cáncer por estar en la cárcel. «Pierdes momentos con personas que quizá no vuelvas a ver nunca más», lo secunda


Álvaro. Su abuela murió hace unos meses y no pudo despedirse de ella por estar en prisión. «Eso creo que no me lo podré perdonar nunca», reconoce. Frente a ellos, los alumnos de tercero de


ESO del IES Miguel de Cervantes de Granada escuchan casi sin parpadear. Seis internos de la prisión de Albolote acudieron ayer al centro de educación Secundaria para contar su historia


acompañados de la subdirectora de tratamiento, Alba López, y el coordinador de destinos y responsable del programa, Manolo Madrid. La iniciativa surgió por petición del instituto a raíz de


un convenio existente con la Consejería de Educación, con el objetivo de transmitir a los jóvenes que «a la cárcel se puede ir por muchos motivos» y que «no necesariamente tiene que ser un


delito sexual o de sangre». Es el caso de Raúl, que está en prisión por tráfico de marihuana. «Tuve la mala decisión de empezar a vender droga», cuenta. El cambio de amistades cuando solo


era un adolescente lo introdujo en este mundillo, en el que llegó a cultivar 6.000 plantas en distintos pisos, le pegaron una paliza hasta darlo por muerto y vio cómo uno de sus amigos de


esta misma 'profesión' acabó con dos tiros. «Creía que tendría suerte y no me cogerían, pero no fue así», afirma. A Jose, el dinero fácil, la fiesta y falsas amistades lo llevaron


por el mismo camino. Un camino que él mismo admite que «no debería haber tomado nunca». Ahora, cumple una condena de tres años y nueve meses. Lo delató una persona de su círculo más cercano.


«Estar en prisión no es lo que mucha gente se piensa», expresa. «El tiempo se para al entrar en la cárcel. No sabes si vas a salir, ni cuándo y ni cómo», detalla. Ambos lamentan el tiempo


que perdieron. También el daño que ocasionaron a sus familiares y a quienes consumían esas sustancias. LA OTRA CARA Lolo y David dan voz a esa situación. La adicción a la cocaína les llevó a


estar rodeados de mentiras y a delinquir para poder drogarse. Perdieron sus trabajos y sus vidas, se enfrentaron y alejaron de sus familias. «Una persona que te ofrece una raya no es tu


amigo», advierten. Quieren que sus testimonios sirvan para que los jóvenes del mañana no cometan sus mismos errores. Para que los escuchen y pidan ayuda a sus familiares o profesores cuando


lo necesiten. Cuando aún estén a tiempo. «Si hubiese acudido a profesionales en el momento en el que vi que algo no andaba bien en mí, no habría llegado a esta situación», reconoce Álvaro.


Cuando era alumno de un instituto de La Zubia hace diez años, él también asistió a una charla de internos de Albolote. «Ojalá les hubiese hecho más caso», dice. Llegó a cometer 25 atracos en


un mes para costear su adicción. Los alumnos enmudecen a medida que avanzan testimonios como el de Malek, un joven que apenas tiene unos años más que ellos. Algunos también se emocionan y


lloran. Los compañeros los consuelan con caricias sin que los protagonistas detengan el relato. SOLEDAD Y PERDÓN Los internos coinciden en que vivir en la cárcel es lo peor que le puede


pasar a una persona. Les persigue la sensación de soledad que tuvieron al entrar, pero también la culpa. Por el sufrimiento que causaron a sus familiares y por el mal que hicieron a terceras


personas. También por el tiempo que han perdido. A Lolo le duele ver cómo su hijo menor crece mientras él está entre rejas. A Álvaro, que su abuela muriese sin haberlo visto salir de la


cárcel. «Perdonarse a uno mismo es lo verdaderamente difícil de la vida», añaden. Ellos también se rompen, pero no lo ocultan. Alzan la voz y cuentan su historia. Tratan también de iniciar


un camino que les llevará su nueva vida, la que esperan recuperar una vez salgan de prisión. Mientras tanto, Lolo es fontanero, Jose trabaja repartiendo la comida en el módulo, Álvaro se


encarga de limpiezas exteriores, Malek desempeña labores en la cocina y David es el coordinador del módulo de enfermedad mental. Son la viva imagen de lo que significa empezar de cero y lo


cuentan para concienciar a quienes aún están a tiempo.