Este granada cf no tiene perdón | ideal

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Decía Escribá horas antes del duelo que su equipo quería hacer olvidar a su parroquia la vergüenza del partido ante el Málaga. Y a fe ... que lo consiguieron ante la escuadra vasca, y ante


los suyos dieron vergüenza ajena, superando el despropósito de La Rosaleda. Es difícil justificar que tras nueve días aquel desastre, el equipo se presentase, conociendo ya las derrotas de


Almería y Huesca, sin una actitud inequívoca de buscar la victoria. Una estrategia que eliminaba las alas ofensivas y disponía sus cuatro pivotes habituales juntos, confiaba a los laterales


las penetraciones por las bandas vacías. Ni los laterales estuvieron profundos, sobre todo Brau –un jugador muy disminuido en su confianza tras la lesión–, ni ninguno de los centrocampistas


más adelantados –Hongla, Trigueros y Villar– fueron capaces de abrirse en ataque. De este modo, con Borja y Boyé delante, no se pudo aprovechar el poder aéreo del primero porque no hubo


centros. Y no se dominó el juego, a pesar de la acumulación de mediocentros –fuera de los porcentajes engañosos de posesión– ni se abrió jamás con peligro la defensa del Eibar, que en ese


primer periodo tampoco dio muestras de pujanza ofensiva. El fracaso del experimento táctico se corroboró con tres cambios al unísono en el inicio de la segunda parte, incorporando a dos alas


como Rebbach –cada vez peor– y Rodelas, y sustituyendo a Bastón por Stoichkov. Cuando teóricamente podía haber más envíos desde los costados, no se confiaba en Borja. La segunda parte


derivó en un nuevo fracaso colectivo, con un equipo desbordado cuando el Eibar aceleró en su juego, e incapaz de crear peligro. Un desastre de partido, un bochorno más en este campeonato,


esta vez en la propia casa, con una afición hastiada que terminó abucheando, cuando no mofándose de los suyos en el tramo final del partido, y que a su conclusión expresó su desafección con


los actuales mandatarios, entrenador y jugadores. Como guinda del desaguisado en la dirección desde el banquillo, Sergio Ruiz –el único con ímpetu para subir la pelota– fue suplido por


Juanma Lendínez, y Escribá tiró sorprendentemente del postergado Diao en la punta, un despropósito más. Tres de los cuatro centrocampistas iniciales fueron sustituidos, prueba evidente del


fracaso sin paliativos de la propuesta inicial del entrenador levantino. El esperpento vivido aleja las posibilidades de aspirar a una fase de ascenso que el equipo no merece ni por juego ni


por actitud. Sin posicionamiento táctico, sin estrategia de juego, sin actitud competitiva, sin recursos de partida, sin revulsivos, sin vergüenza, sin esperanza alguna, sin palabras


exculpatorias. Sin perdón.