El futuro es estar siendo | ideal

El futuro es estar siendo | ideal


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Cuando he pensado escribir sobre el tema que les propongo, no había caído (al menos conscientemente) en el nuevo espacio semanal presentado por Andreu Buenafuente, ... que acaba de aterrizar


en La 1 de TVE: Futuro imperfecto. No lo vi el pasado jueves. Ahora sí, lo he visto a toro pasado. Me ha gustado su humor inteligente, su sarcasmo sin desmesuras. Exhibe una ingeniosa


lucidez, un formato dinámico y participativo que hace reír al espectador sin renunciar a la crítica ni a la reflexión. Buenafuente en estado puro, sin querer ser otro. Trasladando el sentido


del programa a nuestra cotidianidad, ojalá supiéramos cuestionar activamente el rumbo del mundo contemporáneo, reflexionar sobre la realidad y relacionarnos con ella con más sentido del


humor, con buenas dosis de ironía. Ojalá entendiéramos el futuro como un súbito aliento, un don que nos llega al ahora para detener las ideas feroces. Seguramente el futuro como territorio


tangible no existe porque es imposible predecir lo que vamos a hacer o cómo nos vamos a comportar. Es pura conjetura, una hipótesis, una elucubración. El futuro no existe, porque cuando


llegamos o llega ya es presente, y, al instante, pasado. Lo que llamamos futuro es sólo una construcción imperfecta e imaginativa de la mente. El escritor y articulista Manuel Vicent,


reflexionaba en una entrevista sobre el futuro, y decía que el futuro es algo que no existe en nuestras vidas, porque lo único que sabemos con certeza es que existe el pasado, «estamos


bailando sobre el pasado, en el límite que el pasado da al abismo». El futuro imperfecto en español (también futuro simple) es un tiempo verbal con el que podemos expresar acciones que


sucederán en un momento posterior al ahora, para hablar de suposiciones, predicciones, de promesas o creencias en un tiempo venidero. Como su nombre indica, se refiere a acciones que todavía


no han ocurrido, que no están acabadas. «Hablaré con ella mañana». Nuestro paradigma verbal ofrece otra alternativa: el futuro perfecto, que indica un tiempo que ya pasó. «Para cuando


llegues, habré terminado el trabajo». El futuro que percibo es el imperfecto, el de las imperfecciones que nos ayudan a ser felices. Lo imperfecto es más gratificante que lo perfecto, al


menos de la manera como se las arregla o desarregla la naturaleza humana; futuro imperfecto que es el tiempo imaginario de los sueños, de los propósitos, de la esperanza en suma. Acaso se


puede afirmar que el futuro es ese pasado, ese ayer, que quedó latente en nuestros piélagos profundos y que hay que rescatar. Pedro Salinas escribía en La voz a ti debida: «(…) El futuro/ se


llama ayer. Ayer/ oculto, secretísimo,/ que se nos olvidó/ y hay que reconquistar/ con la sangre y el alma, / detrás de aquellos otros/ ayeres conocidos (…)». El mismo Salinas en Ver lo que


veo, escribe: «El futuro, distancia. No te pierda/ lo venidero./ A ti te acerca tu presente. Ser/ es estar siendo». El futuro no es sin el presente, ni sin el pasado, con los que


ineludiblemente está en constante feedback. En definitiva el futuro empezó ayer, se construía ayer. En La noche del oráculo, Paul Auster reconoce que algo peculiar ocurre mientras escribe:


Dice que los pensamientos son reales, que las palabras son reales, que a veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aun cuando no seamos conscientes de ello. Explica que vivimos en el


presente, pero el futuro está siempre en nosotros. «Puede que el escribir -señala- se reduzca a eso, no a consignar los hechos del pasado, sino a hacer que ocurran cosas en el futuro». Al


futuro también lo llaman porvenir porque no viene nunca, y ahí está, más allá de las horas y los días, en el siempre, en el todavía, en el estribo del ayer. Todo lo que es duradero confluye


en un instante, cuya síntesis de pasado y futuro le da un carácter infinito. Sí, el futuro es esa llama que ardió y nos aguarda en alguna parte.