¿para qué sirve la religión? | ideal

¿para qué sirve la religión? | ideal


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No es una pregunta retórica, banal ni capciosa. Es una interpelación que surge del desconcierto y la indignación ante el conflicto religioso que generan los ... sentimientos e intereses


enfrentados del ser humano. Cuando se usa la demagogia para camuflar sentimientos xenófobos, y se obra para enturbiar todo con la ponzoña de lo contradictorio, y así difuminar la verdad, y


lo inconfesable, ya subliminal ilegible sus señas de identidad con la turbidez, conseguir revoltijos, sofismas y eslóganes flamantes para publicitar lo que se quiera. Tal vez quien trabaja


escribiendo le sea igual de cómodo hacerlo con la tradicional pluma estilográfica que hacerlo con un moderno bolígrafo. O quien sigue escribiendo con la tradicional máquina, por costumbre,


prescinda sin regomello de hacerlo en el ordenador auspiciado con el magnífico programa de Microsoft Word. Pero, seguro, que quien trabaja abriendo zanjas en el endurecido pavimento urbano


prefiere hacerlas desde el volante de una tecnificada máquina excavadora que no usando el pico y la pala tradicionales. Lo mismo que un politraumatizado prefiere el tratamiento de un


traumatólogo a los efectos paliativos de una cataplasma de hierbas. Renunciar a las mejoras, beneficios y bondades del progreso científico-técnico por el miedo al mal uso que pueda hacer la


frágil y maleable capacidad ética y moral del hombre es un dilema, como mínimo, truculento. Y si es por una actitud de añoranza o apego romántico por la tradición denostada, o por


diferencias ideológicas preferidas, es de mojigata y culpable irresponsabilidad. Toda persona se cree libre de adherirse, vivir y desarrollarse en el régimen ideológico y cosmovisión que le


parezca bien o quede atrapada por sus circunstancias. Y así debería de ser siempre que no interfiera en los derechos de los demás y que el ordenamiento político, legal y social de su país lo


permita. Después habrá que habérselas con las prosperidades y servidumbres que acarrean las preferencias políticas y los grupos de dominio social (que antes o después todos siguen la misma


ruta). Que un país se quede sin Dios puede que se esgrima como una catástrofe cultural, aunque coyuntural como ha sucedido siempre y recientemente en países que, pronto, han vuelto a la


profesión de fe pública con más ahínco que cuando tenían a bien el ateísmo. Pero nunca es una catástrofe para Dios, que puede esperar, aunque algunos miembros conspicuos de la religión lo


demonicen. Ni para los individuos humanos que portan conciencia, sentimientos y asistencia divina para relacionarse con Dios (he sido testigo y participante en la celebración de la liturgia


nocturna en la víspera de la festividad de la Inmaculada Concepción en la iglesia de la misma advocación de Smolensk en pleno régimen de la URSS, aunque ahora conste que estaba fuera de


culto). Y el relativismo que se blande para infundir el miedo a que obstaculice la verdad no es más obstructor que el absolutismo que enardece el pensamiento único y que está menos acorde


con la naturaleza cambiante humana y la pedagogía paternal de Dios. Que el progreso científico-técnico debe ser y estar al servicio y provecho del hombre es obvio y lo adecuado, también para


el resto de los animales, claro está. ¿Para quién si no, podría ser? Extraterrestres no los hay todavía. Y Dios no necesita de los inventos humanos para mejorar su bienestar. Cuando el


hombre poderoso y rico acepte que el incontestable progreso es más rentable para fomentar la vida que para alentar la explotación salvaje de los recursos y al mismo hombre tomará,


definitivamente, cartas en el asunto para no seguir destruyendo la naturaleza y provocar su autodestrucción. Así es el hombre. Sabe que en la guerra pierden todos los bandos y, a pesar de


saberlo, siempre está batallando. Reivindicar la religión como coherencia social, barniz, prestancia y prestigio cultural es una aleación peligrosa para la parte religiosa y nada inocente.


Porque los ritos no son importantes para Dios, aunque ocupen la cotidianidad de las edades del hombre y los templos más sagrados son los seres humanos. La discriminación entre el bien y el


mal la alumbra la aproximación al prójimo, que nunca falta; y las virtudes religiosas son los servicios a prestar a todo ser necesitado, que no es lo mismo que parentesco de sangre. Hay que


reflexionar sobre la religión para entender que el Diablo está relacionado con su práctica. El mensaje de Jesús es ciertamente el amor a Dios y a los hombres, pero las relaciones de Jesús


con las tradiciones, cultura y estructuras sociales de su pueblo, sería mejor repasarlas frecuentemente. La historia demuestra que la civilización avanza pasando de una cultura a otra


mejorada, de un proyecto superado a otro mejor vislumbrado. Aprovechar la sabiduría de la experiencia no es cosificarla en pétreos iconos idolatrados. Añorar una sociedad de individuos sin


derechos y sin posibilidad de evolución y perfección es lo más parecido a abogar y exigir la vuelta a un régimen esclavista y negacionista de la vida. La religión no debería servir para


fundamentar la cultura de la enemistad y cultivar el odio. La religión no debe emplear su poder en artillería defensiva, sino emplear los talentos confiados para enaltecer la amistad entre


los hombres y la gloria de Dios. Jesús no enardeció ningún afán imperialista y no tuvo a pérdida que le arrebataran con los peores modales posibles lo único que tenía, la vida. La religión


no es una instancia negativa para solventar quebrantos y desastres irremediables. La religión es una actitud positiva para fomentar la vida, la felicidad y la hermandad de todos y, por


supuesto, pregustar ya de Dios, que de eso se trata. Perque todos los hombres son grandes y están llamados a una grandeza infinitamente superior ahora y para siempre.