Un caudillo posmoderno | ideal

Un caudillo posmoderno | ideal


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Esa ficción épica donde la novela negra y el ensayo se dan la mano y se convierten en ejes vehiculares para trazar un discurso de ... caudillismo posmoderno, fundado en mantener el poder a


cualquier precio. Es decir, el fin justifica los medios y, si es necesario sacrificar la democracia interna de un partido con 154 años de historia, se hace y santas pascuas. Esto viene al


hilo de las conversaciones de WhatsApp intercambiadas entre el amado líder y quien fuera su mano derecha ejecutora, José Luis Ábalos, hoy caído en desgracia por diversos asuntillos


judiciales. Un diario las destapa esta semana –ay, la prensa, la prensa, todos contra el guapo monclovita– y retrata el estado de excepción al que viene sometiendo a los suyos, esa voluntad


de autocracia que destruyó las estructuras regionales socialistas que ganaban elecciones, para colocar a afines cuya única respuesta fuera el «sí, bwana». Se evidencia, pues, que el caso de


Susana Díaz, esa alergia que el madrileño le tiene a la andaluza, ha sido desde el principio una mezcla de temas personales y negocios; es decir: de vendetta por haberse atrevido a plantarle


cara –una mujer, ¡cuánto atrevimiento!– cuando hizo amago de aplicar el sistema que ahora rige su modo de proceder con el visto bueno de una parte significativa del PSOE; y de


animadversión, por representar un modelo en el que primero era el Estado y, después, todo lo demás. Estos mensajes, que Pedro enviaba a través de intermediarios –Ábalos, como salido de una


película ambientada en los años veinte neoyorkinos, con su niebla, sus gabardinas y sus sombreros a lo Humphrey Bogart, ustedes me entienden–, muestran cómo se ha venido pulverizando la


disidencia y cuáles fueron las estrategias para excluir, paso a paso, a cualquiera que no ejerciera de cantor de las virtudes del secretario general, transformado en profeta y única voz


autorizada para concretar lo que representan actualmente las siglas PSOE. Durante ese proceso de control absoluto, se ha eliminado a quienes criticaron abiertamente los acuerdos con BILDU,


la actitud condescendiente frente a los independentistas o el «elástico» concepto de Estado sanchista. Es decir, que una vez que Ximo Puig o Mario Jiménez –siempre tan dispuestos al juego de


banderías, especialmente Mario– pasaron a ser conversos de la causa, García-Page, Lambán y especialmente Susana se convirtieron en objetivos prioritarios y han venido siendo atacados sin


piedad, deformadas sus palabras hasta lograr un lavado de cerebro casi generalizado que ha hecho que cualquier opinión suya se considere una falta de lealtad al partido. Actualmente, con el


grado de altísima tensión que vive la cosa pública, es evidente que sobran hooligans –el prototipo es el ministro de Transportes, Óscar Puente– y faltan estadistas capaces de hacer un


análisis sereno de la peligrosa deriva radicalizadora, el legado más acabado que dejará el actual presidente del Gobierno. Muchos recordarán con nostalgia que hubo un tiempo en que los


mandamases socialistas –Rubalcaba o Zapatero– ejercieron el cargo teniendo en cuenta las discrepancias para modular así su discurso y propiciando el diálogo interno y externo. Ahora esto ni


se contempla. Aquí la estrategia va de aplastar cualquier diferencia y marcar el territorio. Sin pausa y sin freno. Hasta la derrota final.