Sunami de iniquidad | Ideal
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Comenta Compartir La palabra me ha asaltado como picadura de avispa: iniquidad. Una palabra que representa una situación que en diversos grados y contextos está instalada en ... nuestro
universo personal y social y con la que comulgamos de muchas maneras. Designa la maldad, perversidad, abuso o gran injusticia, es decir, todo acto contrario a la moral y a la justicia.
También a la religión. Es un término muy taxativo que aparece en la Biblia. Por eso me ha abordado en esta tarde en la que escribo mientras las imágenes de la televisión muestran el horror
extremo sufrido en los sagrados territorios de la franja de Gaza, Cisjordania. Israel, con el asentimiento de sus cómplices, de diverso modo, se erige como mano elegida que empuña la espada
divina en apocalíptica misión, arrobándose en su vileza moral. La palabra iniquidad proviene del latín «iniquĭtas!, «iniquitātis» y se refiere a una falta grave de conciencia o moralidad, un
acto que es profundamente injusto o malo. Sinónimos suyos son perversidad, vileza, infamia, ignominia. Y es manifiesto que la iniquidad sufrida en el pasado nunca puede justificar la
perversidad desplegada en el presente, y no quita una gota de dolor a las víctimas de quienes soportaron esa misma condición antes de transformarse en sus verdugos. Pero junto a los
poderosos que manejan el destino de nuestras vidas, aviesos también somos la mayoría de la gente corriente que nos dejamos llevar por el río de la sinrazón. Los malos somos todos nosotros,
que nos volvemos adrede amnésicos y morbosos, que no activamos vivamente nuestro pensamiento, ni la compasión y que nos plantamos ante el espejo de las pantallas y tecleamos y tecleamos
dejando al descubierto nuestras propias tinieblas. Siempre han existido los insultos, la rabia, la violencia verbal, la injusticia, la vileza, y los deseos perversos, no solo contra los que
odiamos sino también contra quienes no piensan o actúan como nosotros. La diferencia es que ahora hemos abandonado la intimidad de nuestros pequeños contextos. Gracias a las redes sociales y
al vocerío generalizado hemos pasado de proyectiles de baja intensidad a la iniquidad colectiva de un armamento demasiado tóxico e incontrolable. Corren malos tiempos y debemos repensar
nuestras actitudes y errores frente al mundo y los demás. Y como dijo Almudena Grandes la iniquidad produce iniquidad que produce iniquidad. Y así, hasta el infinito. El libro de los
Proverbios (22:8), texto bíblico del Antiguo Testamento y del Tanaj hebreo señala: «El que sembrare iniquidad, iniquidad segará». Hay un libro: Iniquidad, de Manuel Alejandro Rodríguez de la
Peña (Rialp, 2024), en el que el autor analiza el fenómeno de la crueldad en distintas civilizaciones a lo largo de la historia. La obra constata cómo el sadismo, la esclavitud, la agresión
sexual, el maltrato infantil, la masacre –violencia gratuita e «inútil», que no reporta ninguna ventaja a quienes la perpetran– están insertos en el funcionamiento de muchas estructuras
sociales. También el autor hace una disquisición intelectual a través de pensadores que han pretendido explicar por qué existe la barbarie y cómo evitarla. Subraya diversos autores, desde
Agustín de Hipona y Eurípides hasta Kant, J. Maistre, Thomas Hobbes, Nietzsche, Simone Weil, René Girard o Erich Fromm. La iniquidad campea por todas partes. Nos movemos entre palabras,
actitudes y decisiones de una perversidad atroz. Pero este no es el crucial problema. El meollo de la cuestión es que asumimos inanes este estado de cosas. No es que se haya sido real
aquella Edad de Oro que exaltó Don Quijote en su discurso a los cabreros en el capítulo XI de la primera parte de la novela, un periodo mítico de paz, abundancia y felicidad que existía,
según la creencia de Don Quijote, antes de que la humanidad cayera en la avaricia y la violencia. Pero bueno sería que contemplásemos con alma y razón ese espíritu de los dos protagonistas
cervantinos. Y mientras apuro estas líneas, cae la noche. Hoy los astros están cegados no por las personas perniciosas sino por aquellas que permitimos la maldad. Límite de sesiones
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