
El harakiri del burgos que salvó al levante | las provincias
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Empezó el curso Carlos Granero, volvió el carismático Pepe Balaguer, cogió durante dos jornadas al equipo José Gómez –hoy delegado– y terminó la temporada Carlos ... García Cantarero. Con
ese carrusel de entrenadores que desfilaron por el banquillo uno ya se puede imaginar que las cosas en el Levante no iban nada bien. Estamos hablando de la temporada 2001-02, cuando el
fútbol español aún no había experimentado el boom de las televisiones y los granotas trataban de asentarse en el fútbol profesional con Pedro Villarroel y Ángel Rubio soportando la sociedad.
Hablamos de una plantilla en la que estaban jugadores que a muchos granotas les sonarán, como Veiga, Juanra, Descarga, Aurelio, Peña, Lima, Roa, Kaiku y un Ettien que ya empezaba a asombrar
con aquellos carrerones brutales que terminaban perdiéndose cuando olía el área o con el balón casi en la calle. ¿Y qué tiene que ver el Burgos, rival este domingo de los granotas en lo que
puede ser el día del ascenso a Primera, en esta intencionada mirada al pasado? Pues mucho. El Burgos, además de ser el club en el que estuvo tres campañas el hoy artífice del éxito granota,
Julián Calero, fue el que protagonizó de manera muy directa la permanencia de los levantinistas al final de una temporada nefasta y un tanto rocambolesca, salpicada también de tonos grises
en lo que se refiere a los despachos. «El fútbol es tu vida, no juegues con él. No amañes, es un delito», reza un cartel a la entrada de las oficinas del club en el estadio. Aquel Burgos
entrenado por Enrique Martín terminó la Liga de Segunda en el puesto dieciséis, con dos puntos más que los azulgrana, que acabaron cuartos por la cola. Bajaban los cuatro últimos (Jaén,
Extremadura y Gimnàstic ya estaban pues en Segunda B) pero era la época en la que el Consejo Superior de Deportes ya obligaba a los clubes a convertirse en Sociedad Anónima Deportiva. El
Burgos tenía la obligación de llegar a una cifra que hoy podría parecer casi irrisoria: 3.462.000 euros. Todas las miradas iban entonces al presidente de la entidad, José Manuel Quintano. El
club no depositó el dinero pese a que Quintano quiso implicar al alcalde, a quien le pidió que avalase el pago con la promesa de recomprarle las acciones al Ayuntamiento en el plazo de dos
meses. El alcalde se negó bajo el argumento de que la institución no estaba dispuesta a colaborar más. El Ayuntamiento ya había cedido al club los terrenos de El Plantío, la explotación
publicitaria del mismo y hasta una subvención en forma de esponsorización de 450.000 euros anuales durante seis años. El Levante observaba atento desde la distancia todo lo que se estaba
cociendo en Burgos, con una afición local indignada. El equipo granota –que ganó 1-2 en la última jornada al Numancia con goles de Benjamín y Roa– había empatado a 50 puntos con el
Polideportivo Ejido pero se quedó por detrás de los andaluces en la clasificación. El máximo goleador granota fue el rapidísimo extremo Kaiku con 7 dianas. Noticias relacionadas La sentencia
final del CSD cayó sobre el club castellano-leonés y el Burgos bajó administrativamente a Segunda B. El Levante, como mejor clasificado de los que iban a descender, terminó de nuevo
ocupando la plaza en la categoría de plata. El año siguiente acabó cuarto y una temporada después fue cuando se produjo el deseado ascenso a Primera con Manuel Preciado como director de
orquesta. De bajar al infierno de Segunda B a la élite. En Burgos, como era de esperar, se montó un lío tremendo, con muchísimas críticas y protestas hacia Quintano. Hubo hasta una
manifestación. Se destaparon todo tipo de rumores e incluso se apuntó que Quintano llegó a tener cierta 'relación' –por decirlo de alguna manera ya que nunca hubo prueba alguna al
respecto– con los dirigentes levantinistas. «Me consta que el presidente del Burgos lo ha peleado, pero no ha tenido respuesta de los empresarios y aunque esto es triste, en este caso nos
puede favorecer. No obstante queremos ser prudentes, aunque no estaría mal que alguna vez la suerte nos sonriera», decía Pedro Villarroel, máximo accionista del club, en una declaraciones
que recogía por entonces la prensa. «Desde el principio hemos pensado que acabaría de esta manera porque la ley nos amparaba», llegó a apuntar después Villarroel. Quintano, al parecer, tuvo
hasta que abandonar Burgos por la presión popular.