El cielo necesario | la verdad

El cielo necesario | la verdad


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Víctor Hugo evoca a una anciana que cruza la calle con esfuerzo, sola. Esa anciana educó hijos y recibió ingratitud, trabajó y vive en la ... miseria, amó, pero ahora está sola. En su


'Teoría crítica', el francfortiano Horkheimer reescribe este pasaje de Hugo para explicar la persistencia de Kant en la creencia de Dios: esa anciana merecía que hubiese un Dios.


Voltaire y Kant exigieron un Dios, pero no para ellos, sino, seguramente, para seres como esta mujer. Dios y el cielo no existen, claro, pero algunas personas merecerían que existieran, así


lo creo yo también, que soy profundamente descreído de cualquier credo religioso. Para mí no creo, pero para esa mujer, como para otros seres similares, deseo hondamente que haya un cielo


que les haga postrera justicia. Hay en la historia de la humanidad grupos y pueblos enteros que fueron exterminados o sometidos de manera infame, para los que no hubo justicia. Es el ángel


de la historia de Walter Benjamin –idea que concretó a partir de toparse con la obra pictórica Angelus novus (1920) de Paul Klee–, que mira hacia atrás con horror y sólo ve ruinas. Pero en


Benjamin había esperanza, una esperanza dialéctica que habría de cambiar el signo atroz del progreso en el futuro. Hoy quizás es más difícil sostener esa esperanza que mantuvo el escritor


judío alemán. Si pensamos en el presente vemos el horror en Gaza, el exterminio cruel, implacable, aunque cruel fuese también el terrorismo previo. Pero más allá del destino infame que


sufren pueblos enteros, yo hablaba de la pequeña biografía de personas concretas, porque la historia, o la cultura, no está hecha solo de grandes instituciones o de grandes artefactos, sino


más bien –y ahora sí, de acuerdo con Benjamin– de pequeños desechos de la cultura o de la historia, como esa mujer evocada por Hugo que cruza la calle sola y con dificultad. Yo, en mis


paseos, me cruzo cada día por las calles con esa 'misma' anciana arrastrando con fatigoso esfuerzo una modesta compra de cualquier supermercado. Por cierto, algún compañero de


Benjamin en la Escuela de Fráncfort, perdida al final de su vida toda esperanza dialéctica, evocó también a la mujer descrita por Hugo y deseó para ella, como última justicia poética


posible, la existencia de un cielo para ella. El único problema es que para ella tampoco existe el cielo. Aunque debería haberlo. Yo también lo exijo. La otra justicia, la de la tierra,


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