Vivir en el pasado | la verdad

Vivir en el pasado | la verdad


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Aquella vieja sentencia de origen manriqueño de que cualquier tiempo pasado fue mejor no gusta a todo el mundo, aunque parezca mentira. A mi mujer, ... por ejemplo, no le gusta, que convive


con un hombre, cuyos escritos, poemas, novelas o relatos permanecen anclados en un tiempo pretérito, como islotes inamovibles que estuvieran naufragando en la inmensidad del océano y


buscaran un puerto en el que atracar. Aunque a lo mejor creer en el pasado y vivir con él y de él sea precisamente algo así, naufragar en un océano de tiempo; pero en mi caso es más que eso,


porque tengo la convicción de que el presente no existe, la evidencia de que el futuro no ha llegado aún y, por lo tanto y por descarte, no me queda otro tiempo que el pretérito. De hecho


es el que más utilizamos al hablar y al escribir, y por eso mismo en la gramática encontramos más tiempos pasados que del resto, pues a un solo presente y a dos futuros le corresponden


cuatro pretéritos. Y digo yo que será porque tenemos más necesidad de hablar de ayer y de antes de ayer que de cualquier otro día. Y es que solo las horas que han pasado y hemos tenido con


nosotros, las que hemos vivido, pues, y conocemos, han existido de verdad y nos pertenecen, y por eso mismo solo escribimos de ellas y solo a ellas nos referimos cada vez. Son nuestra verdad


interior y en ellas ciframos nuestra existencia, pues somos de algún modo la suma de todo lo que hemos sido día a día y año tras año. Pero aun así me reprochan de un modo constante mi


insistencia en el pasado, como si solo me interesara lo que ya no tiene vida ni remedio, lo que se ha esfumado para siempre, y de esa forma hurtara mi responsabilidad en todo porque el que


basa su vida en algo inseguro no tiene apenas responsabilidad alguna. Aunque también hay otra forma de verlo, volver los ojos al pasado para recobrar firmeza y no perder pie, evocar los días


que se fueron y hallar en ellos la verdad que hemos perdido, pues el que vuelve a otros años no huye, sino todo lo contrario, se afianza en su vida, se fortalece como un árbol con sus


raíces, porque busca una identidad y, cuando la encuentra, permanece en ella, se queda en ese lugar para habitar todos los tiempos. Pues un regreso ciclópeo como el de Proust es una aventura


heroica y un compromiso, aunque ni él ni yo, salvando las enormes diferencias, nos escapamos de ninguna parte ni huimos a ningún sitio, sino que ampliamos el país en el que estamos para


habitarlo de otro modo, para afianzarnos mejor. Además de que en mi humilde opinión no existe más tiempo que el del ayer y solo este ocurrió verdaderamente. Porque vivimos en lo que ha


acontecido, no en la quimera ni en ese instante eterno que no cesa de irse, en ese presente esfumado y huidizo, reconozco, además, que resulta mucho más interesante lo que acaeció que lo que


me pasa hoy o lo que vendrá mañana, incierto y vago e improbable a veces, pues pertenece más al ámbito de los sueños que a otra cosa y nadie puede asegurar que sea verídico. Nos movemos en


los pliegues de una imaginación muy potente y en ocasiones a rodo eso lo llamamos vida, pero nadie sabe con certeza lo que palpita y lo que ya está quieto e inerte, porque nuestro mundo es


vario, diverso y sorprendente, en ocasiones más de lo que hemos imaginado nunca y no cesa de respirar, de moverse y transformarse. Así que de tener que vivir en alguna parte es preferible


hacerlo en el lugar que ya está hecho, en un lugar detenido porque ha gozado de existencia y todos lo hemos conocido alguna vez. Por eso nos lo hemos pedido para regresar a él


periódicamente. Así que seamos realistas y volvamos siempre al pasado para vivir.