'in víctor veritas et musica' | la verdad

'in víctor veritas et musica' | la verdad


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No es alto, conoce el vino y se empeña en salvar la singularidad del hombre. Viste gabán duro, viajado, propio de quien conoce de largo ... qué significa la intemperie. En los ojos tiene un


niño herido y sagaz, preámbulo necesario de quien estaba destinado a la filosofía. No obstante, a fuer de socrático, se presenta como humilde profesor de filosofía, jamás como filósofo,


soterrando esa ilusión coetánea de irse llamando uno a sí mismo filósofo, que es cosa grave, sacra y ciertamente peligrosa de tan inútil. Se le mueve el abrigo con euritmia introspectiva,


lenta con un punto nervioso. Está mucho en el mundo y también no está nada. Tiene como un ensimismamiento abierto que se desparrama por una conversación imprevisible. Se mueve entre los


semejantes como Peter Falk en 'Cielo sobre Berlín' y el huidor libérrimo Antoine Doinel de 'Los 400 golpes'. No es de extrañar. Supongo que dirigir durante décadas un


Congreso Internacional de Ontología precisa una contextura híbrida entre el barro informe del no-ser y el leve vuelo de la aletheia. Pero no fue en tamaño evento donde coincidí con Víctor


Gomez Pin, pues yo de ontología sé tanto como de mi biografía, es decir, me lo invento todo, como debe ser para hacer honor a la verdad literaria, pues que para hacer honor a los filósofos


ya está Víctor, como es sabido por su homónimo libro. Coincidimos con motivo del 'II Espacio de Música y Pensamiento' que se celebró en Cuenca la semana pasada. Lo organiza la


UIMP. Su director, Pedro Mombiedro, tuvo a bien invitarme y debo decir que es una de las actividades en las que más he aprendido a lo largo de toda mi carrera, que ya va siendo algo.


MOMBIEDRO ES ESE TIPO DE MUSICÓLOGO QUE SABE QUE NO HAY MEJOR FÁRMACO QUE LA MÚSICA Mombiedro es ese tipo de musicólogo que sabe que no hay mejor fármaco que la música. Esto también lo sabía


Platón, por eso desconfiaba tanto de los músicos. Los ritmos y las armonías pueden penetrar tanto el alma de los pueblos, que «cuando se cambia el estilo musical, se cambian siempre las


leyes más importantes del Estado» ('La República', Libro III, 424c)​ Así que el divino Platón decidió que, junto a los poetas, había que expulsar a los músicos de la República.


Hizo muy bien. Solo que, me temo, no hacía falta que los echara, pues tengo para mí que ningún músico querría vivir en su Ciudad ideal. No hacía falta que los echara, porque ya se iban a ir


solitos, y yo con ellos. Excepto Víctor, que es filósofo, y yo, que no lo soy, el resto de los participantes eran músicos. Las comidas, al contar con filósofo en la mesa, se transformaban en


una suerte de banquete actualizado, pues que sin ebriedad. Es deber servir siempre a otro antes que a uno en cada ronda, nos instruía Víctor. Y así de rondas en Cuenca, se habló de que


Cuenca es ciudad hermanada con Ronda, en donde existen ciertos rituales del vino. Y de Ronda pasamos a Rilke, quien escribió parte de su sexta elegía allí y allí debiera haber muerto de


haber tenido la fortuna de toparse con la rosa mortal. Así que hablamos de ángeles, como el pobre Carlo Michelstaedter, que sí encontró esa rosa de silencio que Ramón Andrés conoce y canta


por dentro. José Luis García del Busto me descubrió Kindertotenlieder de Mahler, inspirados en poemas Rückert. No obstante, fue Rilke quien anduvo revoloteando todo el tiempo las jornadas. Y


de hecho se enseñorea sobre mis pasos en cada oportunidad. Las cenizas del ángel. Un diálogo sobre arte y filosofía es libro escrito junto a Jordi Teixidor que aparecerá el mes que viene.


Esto le comenté a José María Sánchez Verdú, que es músico interesado en un concepto muy serio, el de repetición, que a mí también me preocupa mucho, como la filosofía de Michelstaedter,


motivo por el cual nunca he publicado nada sobre el asunto. Ay, la repetición, la repetición. Dice Kierkegaard que Job lo recuperó todo de nuevo, pero no es verdad: nunca recuperó a sus


hijos. No importa el ostinato que vibrara en su alma: él perdió irremisiblemente a su amada. La repetición es siempre elegía, inmarcesible.