¿puede un implante coclear mejorar la pérdida auditiva?

¿puede un implante coclear mejorar la pérdida auditiva?


Play all audios:


Hace 15 años, cuando estaba a punto de cumplir los 60, comencé a tener problemas de audición —poco a poco, y después abruptamente—. En menos de una década, mi sordera era funcional, cada vez


me sentía más aislada y estaba al borde de la depresión. Ahora puedo oír asombrosamente bien, gracias a un implante coclear: un oído biónico que se implanta quirúrgicamente y es un milagro


tecnológico (y no uso esa penúltima palabra a la ligera). El implante coclear reinició mi vida estancada, y podría lograr lo mismo para muchos como yo. Pero se calcula que solo de un 5 a un


7% de los adultos que reúnen los requisitos en Estados Unidos y podrían beneficiarse de un implante coclear tienen este dispositivo en uno o ambos oídos. Y a diciembre del 2019, solo unos


736,000 dispositivos se habían implantado y registrado en todo el mundo. Los audífonos ayudan a muchas personas, pero son menos útiles cuando la pérdida auditiva se vuelve demasiado grave.


En esos casos, los implantes cocleares podrían ser la solución. Sin embargo, siguen siendo un poco misteriosos y malentendidos, en particular para los adultos mayores que se sienten


recelosos ante una intervención quirúrgica. Ahora que vivimos por más tiempo, la pérdida de la audición de aparición tardía es un problema de salud grave para nuestra población que envejece,


algo que hasta podría contribuir a un deterioro cognitivo.  Nuestro cerebro necesita estimulación, y nosotros necesitamos comunicación; los implantes cocleares proporcionan ambas cosas. Los


bebés mayores de 6 meses y los adultos de edad avanzada pueden ser candidatos para esta operación si no tienen una enfermedad subyacente y cuentan con un nervio auditivo sano. El factor


decisivo que te convierte en un candidato: una pérdida auditiva tan grave que te resulta difícil comunicarte hasta si usas audífonos. “La audición es un modo principal de comunicación”,


observa J. Thomas Roland Jr., mi cirujano y el director del Departamento de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello en NYU Langone Health. “Si logras que alguien la recupere, el


cerebro vuelve a vibrar. Está cumpliendo su función”. CÓMO ME DI CUENTA DE MI PÉRDIDA AUDITIVA Todo empezó una noche mientras veía _Mad Men_, esa serie de televisión indispensable de


mediados de la década del 2000. Casi no podía oír el diálogo. Me pregunté por qué el canal AMC toleraría un sonido tan malo. Después, no pude seguir los panegíricos en el servicio


conmemorativo de un amigo, empecé a tener dificultades en el cine y con las llamadas por teléfono, y me desesperaba al no poder oír a mis pequeños nietos. Me estaba quedando sorda, y AMC no


tenía nada que ver con eso. Consulté a médicos, me sometí a una prueba tras otra y compré audífonos cada vez más poderosos. Las pruebas mostraron que oía mal por ambos oídos, por el


izquierdo peor que por el derecho. La mía era una pérdida auditiva grave causada por un antibiótico que me habían recetado demasiado durante la niñez y por el envejecimiento. La pérdida de


la audición, un desafío a cualquier edad, es un gran obstáculo para quienes la pierden en la madurez de la vida. Carecemos de mecanismos para hacerle frente, pues desconocemos el lenguaje de


señas y la lectura de labios, y nuestros amigos y familiares se relacionan con nosotros como si todavía pudiéramos oír. Yo, una periodista jubilada hacía poco tiempo, siempre había sido muy


franca. Pero al solo poder oír una que otra palabra, empecé a apartarme de forma rutinaria. Aprendí a sonreír de manera neutral, responder evasivamente con un “hmmm”, asentir con la cabeza.


Cansada de pedirle a la gente que repitiera las cosas, a menudo fingía —aparentaba oír lo que no había escuchado— o me quedaba callada. Debía encontrar otra solución. Como la mayoría de las


personas, sabía poco sobre los implantes cocleares. No fueron aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. hasta 1984, y luego solo se permitían para quienes tenían


sordera profunda. “Hay muy poca concientización”, aprendí de William Shapiro, codirector del Centro de Implantes Cocleares de NYU Langone. Citó estudios en los que se demostró que solo un


18% del público en general está algo familiarizado con los implantes, al igual que solo dos terceras partes de los audiólogos, las mismas personas que ajustan y venden los audífonos. Ninguno


de los tres audiólogos que consulté mientras mi capacidad auditiva se deterioraba mencionó los implantes; solo intentaron venderme costosos accesorios nuevos que me hubieran sido tan útiles


como las gafas de sol por la noche. MI EXPLORACIÓN DE LOS IMPLANTES COCLEARES No hizo falta que un audiólogo me dijera que los audífonos ya no me ayudaban. Sin embargo, vacilé. Odiaba la


idea de llevar colgado sobre la oreja un aparato tosco, temía una cirugía tan cerca al cerebro (aunque fuera periférica) y me preocupaban los informes sobre vértigo e infecciones después de


la operación. Insistí especialmente en mantener el nivel de audición que todavía tenía en mi oído más débil. Los cirujanos pueden conservar la audición residual de algunos pacientes. Pero


¿qué pasaría con la mía? ¿Y si la operación fallaba y yo había renunciado a los decibelios que todavía podía oír?