Miguel ángel robles: patriotismo total

Miguel ángel robles: patriotismo total


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Hace unos días, uno de mis vástagos me dijo de un compañero al que admira: «sería tu hijo ideal, papá, no tiene móvil ni redes sociales». Me costó esperar a que acabase la frase para


responderle que mi hijo ideal era él, tal como era, ... sin aditivos, ni colorantes ni conservantes, con su wasap y su tiempo dedicado a youtube. Una encendida declaración de amor paternal,


que el interesado atajó enseguida diciendo que me lo agradecía, pero que no hacía falta que nos pusiéramos tan sentimentales. Y sin embargo, en lo que le dije no había ni gota de


sensiblería, sino, ciertamente, una admiración por su personalidad que se nutre de continuos y cotidianos asombros y, que, por otro lado, refrenda y refuerza mi actitud general ante la vida,


la cual se basa en la entusiasmada preferencia por lo cercano y conocido sobre lo alejado e incierto. Chesterton llamaba a esta disposición anímica «patriotismo» y, con mucho sentido


(común), decía que la razón principal para sentirse orgulloso de ser inglés es ser inglés y no de otro país. Querer ser lo que uno no es, como querer tener lo que no se puede tener, es la


estrechez mental de los tristes por defecto. Quien cultiva, en cambio, el aprecio por lo que le es dado, el patriota total, no sólo de su nación, sino de su ciudad, de su barrio, de su


hermandad, de sus amigos, de su trabajo, de sus aficiones, de su familia, y en primer lugar de su pareja y de sus hijos, es un gozador nato. Su suerte es que su sueño se hace realidad a


diario. A veces —hay que concederlo— el apego por lo real es muy difícil, por no decir imposible. Pero en los afortunados, que somos muchos, el problema de no ver la maravilla de lo que


tenemos delante, no es de realidad, sino de mirada. Si no reconocemos el ideal en lo que nos ha sido concedido es porque estamos cegados por una dudosa quimera. Encaprichado con lo lejano,


cuando no por lo inaccesible, la preferencia del hombre actual se inclina por lo que desconoce y por lo que sueña. Es muy paradójico, y al mismo tiempo muy sintomático, que la expresión «la


realidad supera a la ficción» se utilice casi siempre en un sentido peyorativo. La realidad supera a la ficción en la catástrofe, la corrupción o el crimen infame. Ocasionalmente sucede,


pero lo que suele ocurrir es lo contrario. La realidad supera a la ficción en bondad y belleza. Y, por tanto, en posibilidades de disfrute. Nos pasamos la vida intentando inventar la


felicidad, o alcanzarla en paraísos lejanos, cuando nos bastaría con descubrirla en el suelo que pisamos. No es sentimentalismo sino mi verdad. Tengo dos hijos que ni en sueños me hubiera


imaginado. Todas las cualidades que abstractamente podría haber deseado en ellos, antes de ser padre, palidecen al lado de las que ellos me han ido revelando desde que nacieron. Cualquier


canon abstracto de perfección es inferior a la muy humana imperfección. La fascinación que nunca debe dejar de atraernos es la de aquello que tenemos más a mano.