Magos en un templo de la magia | ideal

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Viernes, 16 de mayo 2025, 19:50 Comenta Compartir Flamenco sólo para privilegiados. Así podría resumirse, en una frase breve pero cargada de verdad, lo que se vivió en los Aljibes Árabes


durante una de las noches más esperadas de la Semana Flamenca que organiza la Peña El Taranto. En su edición número 53, esta cita anual volvió a demostrar por qué sigue siendo un santuario


del cante y el toque, un refugio del alma flamenca en el corazón de Almería. Esa noche, sin focos estridentes ni escenografías impostadas -con la presencia de María del Mar Vázquez,


alcaldesa de Almería; Diego Cruz, concejal de Cultura, y Rosario Soto, «la dueña de los puertos de España», como dijo José Mercé, con la sola fuerza de la verdad desnuda, dos leyendas vivas


-el propio Mercé y Tomatito- ofrecieron un recital tan breve como inolvidable. Un concierto con alma, de esos que no se ven, se sienten. La Peña El Taranto había preparado el espacio con ese


gusto que sólo da la experiencia, lo justo, lo necesario, lo esencial. Porque cuando el duende está presente, lo demás sobra. Y los Aljibes Árabes, con su atmósfera íntima y su historia


milenaria, se convirtieron en una catedral pagana donde se rindió culto al flamenco más puro. Fue una noche sin estridencias, sin concesiones al espectáculo vacío, donde cada nota y cada


quejío parecían salir de las entrañas del tiempo. Todo estaba dispuesto para que la emoción se colara por las grietas de la piedra y acabara posándose en la piel de los más de doscientos


asistentes, privilegiados de un ritual irrepetible. José Mercé, con esa presencia serena de quien ya no necesita demostrar nada, salió al escenario con la voz preñada de vida. Desde la


primera soleá, ya se supo que aquello no iba a ser un concierto más. Era una confesión. Una conversación íntima con la historia del cante. En su garganta se condensaba la memoria de siglos,


el eco de tantos tablaos, tantas penas y tantas alegrías cantadas al calor de una guitarra. Y junto a él, Tomatito. El de siempre. El niño prodigio que tocó por primera vez en El Taranto


hace más de medio siglo, cuando apenas levantaba un palmo del suelo y ya acariciaba la sonanta como si le hablara. Aquel niño es hoy un maestro reverenciado, pero su toque no ha perdido ni


una pizca de ternura ni de verdad. Sigue tocando como si el tiempo no pasara por sus dedos, como si en cada falseta se jugara algo más que la música. UN VIAJE EMOCIONAL El repertorio fue un


viaje emocional que llevó a los presentes por los territorios del alma flamenca. Empezaron por soleá, como quien abre la puerta de una casa antigua. Lo hicieron con respeto, con pausa, con


hondura. Luego llegaron las seguirillas, con su lamento áspero, su filo cortante, su carga de dolor. Las alegrías, como un rayo de sol que entra por la rendija y alivia. Los fandangos, que


sonaron como una declaración de amor a la tierra. Y las bulerías, que levantaron los cuerpos y dejaron el aire lleno de compás, de pellizco, de vida. Pero más allá de los palos, lo que quedó


fue la entrega, la compenetración absoluta entre cantaor y tocaor, ese diálogo sin palabras que sólo se da entre los que se conocen de verdad y se respetan desde la raíz. La conexión entre


ambos artistas fue de esas que no necesitan explicarse. Basta una mirada, un gesto, una respiración. José Mercé y Tomatito se conocen desde hace décadas y eso se nota. No hay artificio entre


ellos. Sólo verdad. Sólo flamenco. En medio del concierto, Mercé tomó la palabra con la sencillez de quien dice lo que siente: «El Taranto es un referente para el mundo del flamenco en el


mundo». Lo dijo con rotundidad y con cariño, como quien habla de su casa. Porque para él y para tantos otros -desde un lado de la sala tocaba Tomatito y al fondo había una foto de Camarón-


esta peña ha sido mucho más que un escenario, ha sido una escuela, un refugio, una familia. Un lugar donde el cante se ha cuidado con mimo, con respeto, con autenticidad. CUATRO DÉCADAS José


Mercé debutó en El Taranto en 1983 -lo dijo José Antonio López Alemán, uno de los presidentes que tuvo la Peña-, y desde entonces han pasado más de cuarenta años. Pero cuando canta en esos


aljibes, vuelve a ser aquel joven que vino a entregarse con el alma abierta. Tomatito, por su parte, tiene en estos muros buena parte de su infancia, de su formación, de su memoria flamenca.


Regresar juntos a este escenario fue, en cierto modo, volver a casa. Por eso, quizá, el concierto tuvo ese aire de complicidad, de homenaje íntimo, de reencuentro con lo esencial. La


actuación fue corta, sí. Lo marcaban las circunstancias. Pero no hizo falta más. Lo que se vivió en ese tiempo quedará grabado en los que lo presenciaron. Porque cuando el flamenco es


verdad, no necesita durar mucho para dejar huella. Fue una noche para recordar. Una noche en la que los Aljibes Árabes volvieron a respirar flamenco por cada piedra. Una noche en la que José


Mercé y Tomatito nos recordaron por qué este arte, cuando se hace con el alma, sigue siendo el lenguaje más profundo que tiene el ser humano para decir lo que no cabe en las palabras. Una


noche, en fin, de esas que se cuentan, sí… pero sobre todo, se sienten. Comenta Reporta un error