
Andrés Neuman: La luz es otra cosa | Ideal
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¿Qué es lo esencial? Es decir, el elemento que sostiene la existencia de todos los demás. ¿El tiempo? ¿El espacio? ¿El agua? ¿El aire? ¿ ... El amor? ¿La tarjeta de crédito? En los últimos
días fue la luz. Cuando la red eléctrica hizo plop, un terror tecnológico y a la vez medieval se apoderó de nuestros frágiles cuerpos y atribuladas mentes. De golpe el funcionamiento de la
vida diaria quedó en interrogación, temblando de duda, como la llamita de una vela que alguien sopla a nuestras espaldas. Entonces deseamos intensamente que todo volviera a ser como antes.
Pero antes, ¿cuándo? ¿Un día o veinte años? Sobrecargados de aplicaciones y adicciones, hoy parece que tuviéramos menos herramientas que hace veinte años para enfrentarnos a los imprevistos.
Que es en realidad lo único que deberíamos dar por sentado: va a pasar algo. Porque, tarde o temprano, pasa. La cuestión es cómo actuar —y cómo pensar— cuando sucede. Hay quienes aprovechan
un día raro para discutir la necesidad de las energías renovables, y hasta les entran nostalgias nucleares. Pero ninguna fuente energética está exenta de errores y colapsos. Basta con
acordarnos de Chernóbil o Fukushima para entender que unas catástrofes son peores que otras. Ahora que nos imponen a todas horas el negocio (ajeno) de la IA, no nos vendría mal replantearnos
seriamente la centralización totalitaria de la información, la técnica y el poder que implica su implantación forzosa en cada ámbito. No nos hará más sabios, ricos ni seguros: nos volverá
más dependientes, ineptos y vulnerables. Menos autónomos para resolver tareas cotidianas. Y quedaremos a merced de quienes nos venden motos galácticas que, para colmo, se nos pide festejar
como supuestos avances. Mediante abrumadoras inversiones y campañas, la tecnoligarquía espera que la gente de a pie adhiera a un sistema que, en la mayoría de casos, empeorará sus vidas. Los
pregoneros de la nueva explotación se disfrazan de visionarios: su objetivo es que las voces críticas parezcan anticuadas o temerosas del progreso. En nuestras manos queda hasta qué punto
asentimos frente al chantaje, y con qué grado de lucidez. Este grupo de estudiantes alumbrando los libros con sus teléfonos retrata con exactitud la encrucijada histórica, y también la
resistencia, en que nos encontramos. A oscuras, en silencio, estos jóvenes se concentran en una actividad milenaria. Hay botellas de agua, muebles básicos e inteligencia humana. Lo único que
les sirve de sus teléfonos es la linterna. Los textos brillan. La luz es otra cosa.