Del sueño a la pesadilla | ideal

Del sueño a la pesadilla | ideal


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Del sueño a la pesadilla. Así le sucedió al Granada en Málaga. Una pesadilla que no tiene fin esta temporada y que todavía se acentúa ... más fuera de casa. No, no se puede cuando no se sabe


ganar a un rival que celebró la victoria como si fuera un ascenso. Por mucha afición, por mucho cariño, por mucha historia que se concentren para ayudar a este equipo desvalido, el Granada


de los chinos ha abierto las puertas para seguir una campaña más en Segunda con sus propias manos. Da la sensación de que no quisiera luchar por subir. No hay más culpables que sus


dirigentes, sus jugadores y un entrenador que ha sembrado de espejismos la esperanza de la gente. Volvió a salir del 'play off' para depender de terceros, de carambolas, de un


milagro que parece haberle dado la espalda por falta de méritos. La zona VIP le ha durado menos que un euro en la puerta de un colegio. En La Rosaleda le atropelló el autocar en el que


viajaba, por lo que no será sencillo que pueda volver a alcanzarlo sin piernas. El Granada está como está hoy, por primera vez con la espada de Damocles sobre su cabeza, por la concatenación


de cosas mal hechas a lo largo de un curso horroroso y porque, incluso con ese pesado agravante, no ha sido capaz de aprovechar varias oportunidades de oro en partidos muy concretos que


hubieran reducido el dramatismo del derbi en Málaga. Pero esos días, especialmente ante el Elche, a Fran Escribá y a su equipo les faltó valentía. La derrota fue una tristísima metáfora de


lo que es el Granada en la actualidad. Un equipo putrefacto, incapaz ni siquiera de competir el día que se juega la vida, malísimo, sin trabajar, formado por una recua de futbolistas


mayoritariamente indignos y con un técnico a la cabeza que vendió su alma al diablo y ahí está, quemándose en el infierno. Lo que no se puede entender es por qué el Granada se comportó ante


el Málaga de manera tan rácana, indiferente, medroso, sin apenas una muestra de dignidad, nobleza y valor. Llega a las últimas cuatro jornadas con opciones a pesar del espantoso ridículo de


La Rosaleda; mínimas, pero opciones al fin y al cabo. Una carambola múltiple e improbable, aunque posible, que aún se puede dar. Hablar de finales en el Granada no es novedad esta temporada.


La repetición del manoseado término se ha convertido en algo natural en los últimos meses. La realidad, más cruda, la enseña la clasificación, que muestra a un conjunto obligado a ganar


para no morir. Su escudo le obliga a pensar aún en la lucha por el ascenso, que pasa en primer lugar por vencer al Eibar. Tiene que ganar, no le queda otra, al menos para que el final no sea


una tortura, por no decir una masacre. Si no lo hace, adiós. Adiós a las ilusiones de miles de granadinistas, adiós a un modo de agarrarse al futuro. O hay victoria o adiós.