
La cómoda mediocridad | ideal
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¿Es preferible ser aceptado o la soledad de la verdad? Y habrá quien diga ¿por qué la verdad te condena al exilio social? Pues ... no debería ser así, ciertamente. Pero así sucede. Quizás
porque de entre las propiedades de la verdad, la más temida sea su luz. De hecho, aporta perspectiva y claridad sobre lo que se proyecta. Piensen, por ejemplo, en un folio en blanco. Nada
más salir del paquete en el que se encuentra aprisionado lo cogemos entre los dedos con una instintiva reverencia para no mancillar ese blanco inmaculado. Sin embargo, si acercamos el
límpido pliego de papel a una bombilla, la luz que lo traspasa deja al descubierto todo un abanico de imperfecciones e impurezas que lo conforman. ¡Vaya chasco! Pues algo similar sucede con
el ser humano: prefiere la complicidad de las tinieblas a someterse al brillo de la verdad. Así lo certifica san Juan cuando, al referirse a Cristo, dice: «El Verbo era la luz verdadera, que
alumbra a todo hombre… Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 9-11). ¡Puf!, resulta un poco frustrante zanjar el tema diciendo que somos malos por naturaleza y por eso
buscamos la oscuridad como refugio. Puestos así, en nuestra defensa, también cabría el alegato de que 'Alguien', con mayúscula, nos creó defectuosos. Y eso no puede ser. Más aún en
ese tiempo de Pascua, en el que afirmamos que el Hijo de Dios ha dado su vida en rescate de la nuestra. Analicemos, mejor, por qué seduce más el lado oscuro de la mentira que el sol de la
verdad. Aquí puede ayudarnos lo que sucedió hace tiempo en un colegio de cuyo nombre no puedo acordarme. Este centro educativo tenía entre su alumnado un estudiante brillante que destacaba
en todas las materias académicas. Tal es así que, tras comunicárselo a la familia, la dirección tomó la resolución de adelantarlo de curso. Toda una apuesta que, en principio, fue un
acierto, pero que los acontecimientos posteriores truncaron, lamentablemente. Resulta que aquel niño prodigio de 12 años comenzó a suspender una asignatura tras otra. Los profesores,
consternados por los resultados, elevaron su preocupación al equipo directivo para que se tomase cartas en el asunto. La dirección interrogó al muchacho por tierra, mar y aire. Hasta que,
después de varias sesiones de jugar al ratón y al gato, el pequeño genio reconoció que sus nuevos compañeros le dieron de lado al promocionar de curso y la soledad fue su única compañera de
juegos en el recreo durante el primer trimestre. Algo que había mejorado bastante desde que suspendió el boletín entero. Ya, era uno más. –Pero te estás haciendo daño a ti mismo–, le dijo el
director. El chico se limitó a mirarle a los ojos y declaró: «Ya lo sé… Pero ahora estoy más calentito». ¡He ahí la clave! La mediocridad da una falsa sensación de cobijo. Es una jaula que
se presenta como tu hogar, donde nadie puede hacerte daño, pero que, a su vez, te encarcela. Y esa es la tesitura que tiene la Iglesia y cualquier cristiano hoy en día: ser fiel a la verdad
de Cristo, aunque puedas quedarte solo; o bien, vivir al abrigo del 'bien queda'. Habrá que tomar nota del grito revolucionario: «Prefiero morir de pie a vivir de rodillas». ¡Feliz
Pascua de Resurrección!