La Jornada - La Jornada Aniversario 38
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LA JORNADA CUMPLE 38 años. Contra la corriente, se ha consolidado como un periódico de referencia. No sólo dentro de México. Diariamente, es leído por decenas de miles de personas en todo el
mundo.
La Jornada fue fundada por una generación de periodistas y escritores independientes continuadores de la tradición y la causa de El Constitucional, El colmillo público, El Hijo del Ahuizote,
Regeneración y tantos otros ejemplos de un periodismo de combate en México. Surgió en un momento de nuestra historia en el que el autoritarismo gubernamental seguía siendo una realidad y la
libertad de expresión estaba muy lejos de ser una conquista consolidada.
El diario nació, simultáneamente, de una ruptura y una refundación, apoyada por artistas, académicos, intelectuales, sindicalistas, universitarios y empresarios. Desde que en 1984 se anunció
su surgimiento, miles de ciudadanos anónimos, convencidos de la necesidad de contar con un medio que fuera vehículo de comunicación con la sociedad civil, apoyaron la iniciativa.
En una época en que la mayoría de los medios de comunicación son dirigidos por empresarios, La Jornada es un periódico hecho y conducido por periodistas. Aunque es una empresa, el criterio
que norma su funcionamiento no es la ganancia, sino la noticia.
Mientras la mayoría de los diarios despliegan las notas culturales como si fueran apéndice de sus secciones de Entretenimiento, y le dedican mucho menos espacio que el destinado a la
farándula, el periódico otorga al mundo de la cultura una enorme importancia. Por principio de cuentas, se informa ampliamente sobre los principales eventos, personajes y novedades. Pero,
más aún, nuestra prensa procura recuperar para el debate las voces de intelectuales y artistas sobre cuestiones cruciales de la política nacional.
En un entorno en el que muchos medios esconden su agenda y se presentan ante sus lectores como imparciales, La Jornada se compromete explícitamente con diversas causas. Por ello aborda y
destaca, de manera explícita, con su propio sello, temas que otros prefieren ignorar.
El periódico da importancia mayúscula a la información internacional. Tiene corresponsales permanentes en Estados Unidos, Rusia, España, Chile y Argentina. Con harta frecuencia, noticias de
otros rincones del mundo alcanzan sus primeras planas. En sus páginas el Sur existe y el lector puede encontrar notas y reportajes poco comúnes sobre el Norte.
Documentar las violaciones a los DH que ocurren en nuestro país y en el mundo ha sido parte de la labor cotidiana de La Jornada. Desde nuestro nacimiento hemos estado empeñados en romper el
muro del silencio que rodea la injusticia y la violación a las garantías individuales. Creemos que el lenguaje de los derechos humanos no debe servir para ocultar las atrocidades que se
desprenden de la aplicación de un modelo económico injusto. Con frecuencia ambos hechos caminan de la mano.
Los moneros gozan de un espacio inusual en el diario. En lugar de estar confinados a la sección de Opinión, despliegan su humor corrosivo en las primeras páginas del periódico. Sus cartones
son parte fundamental de la imagen del diario. Usualmente sintetizan con gran eficacia, en unos cuantos trazos, las más complejas situaciones políticas. Sus viñetas están dibujadas con una
ironía tan proverbial como pedagógica.
Si los periódicos son una herramienta que auxilia al lector a encontrase en el mundo, ofreciéndoles día a día información (y opinión) ordenada, jerarquizada, meditada, ponderada y analizada,
La Jornada lleva 38 años apostando a que esa función sea algo más que un viejo mapa de época.
Contra viento y marea, en un época en la que el periodismo sufre grandes cambios, ha logrado construir un público, integrado, como quiere el periodista Arcadi Espada, por personas que leen
periódicos y no sólo noticias.
El proyecto original del diario mantiene una continuidad básica. El periódico de hoy es fiel a su mandato fundante, como lo atestigua la lealtad de sus lectores. Esta persistencia es
resultado de la obra diaria de periodistas, editores y trabajadores que hacen posible que cada mañana se produzca el parto de un nuevo ejemplar.
Lo que comenzó como la aventura de un pequeño ejército de periodistas soñadores avalados por una parte de la sociedad en movimiento, se ha convertido en una pequeña gran hazaña. Los vientos
que soplan en el mundo para los diarios publicados en papel no son favorables. En la década de los 90 del siglo pasado, Bill Gates le auguró a la prensa escrita apenas una década más de
vida. Han pasado veinte años de aquel vaticinio y aquí seguimos.
La Jornada cumple 38 años. Para la mayoría de quienes participan en el proyecto (trabajadores, reporteros, auxiliares, personal administrativo, fotógrafos, columnistas, moneros, contralores,
articulistas, fotógrafos y directivos) su labor no es un trabajo más, sino la vida misma.
Don Pablo González Casanova colaboró activamente en la fundación de La Jornada. “Me acuerdo en sueños –escribió– de aquella noche en que llegaron varios amigos. Más que mi memoria, me
despertó su consternación. Acababan de renunciar a un periódico en el que se hacía cada vez más difícil trabajar… Cuando me contaron de su renuncia, recuerdo que les dije con cierta
irresponsabilidad: ¿Y por qué no fundamos otro? Era uno de esos desplantes de juventud que a veces provocan efectos reales. Este los tuvo gracias a que en el grupo de fundadores estarían los
dos directores del diario.
Ese atrevimiento, tomó forma al poco tiempo. Al caer la noche del 29 de febrero de 1984, más de 5 mil personas se reunieron en un salón del Hotel de México. Otras más hacían fila para
entrar. Allí estaban, entre otros muchos, Gabriel García Márquez, Francisco Toledo y Alberto Gironella. Era la presentación en sociedad del proyecto para dar vida al diario.
Ante la multitud, Don Pablo tomó la palabra. “Porque somos optimistas luchamos. Porque tenemos esperanza en un destino somos críticos”, dijo. Y concluyó: “Hemos decidido fundar una sociedad
nacional, que realice sus tareas en la prensa escrita. La primera tarea será fundar un periódico diario”. La prolongada ovación selló el compromiso de crear un nuevo medio.
Durante casi cuatro décadas, México ha vivido catástrofes naturales, explosiones sociales, rebeliones armadas, alternancia política, fraudes electorales, la ardua construcción de ciudadanía,
la emergencia de las reivindicaciones de los pueblos indígenas, la lucha de la memoria contra el olvido, la consagración de artistas excepcionales, la defensa de la soberanía energética y
mil historias más. Dirigido por Carmen Lira y Carlos Payán, el diario le ha dado seguimiento a todos estos acontecimientos. En sus páginas, puede encontrarse la memoria de tiempos
excepcionales, documentados, editados e impresos por profesionales de excelencia. Son testimonio de un esfuerzo colectivo por informar, analizar, explicar y conmover. Son la prueba del
impacto de un proyecto que ha transformado no sólo al periodismo en México sino al mismo país.
No es exageración. Muchas cosas han cambiado en México desde hace casi cuatro décadas y nuestro diario no ha sido ajeno a ellas. Como hace años lo recordó el Premio Nobel José Saramago, este
país sería otro sin La Jornada.
Conjugar aquellos verbos que conducen a la verdad como fundamento periodístico, sólo lo hace un reportero íntegro. Ese que se auto exige en todo momento y no le importa quedar exhausto en la
búsqueda. Es pura vocación y ética.
“La nota es la nota” decimos los reporteros sin el menor rubor de que a Perogrullo pertenezca tal obviedad.
Es una máxima que asumimos como credo absoluto, porque “la nota” es el cimiento de los demás géneros periodísticos; y aquí todos vamos por ellos: la entrevista, la crónica, el reportaje… y
siempre con el mismo rigor.
Otra componente está en el ejercicio ineludible, en la legítima ambición de anticipar, ganar, descubrir, indagar, y coronarse con la primicia, la exclusiva. Nada produce más felicidad.
A lo largo de estos años, las páginas del diario han dado cuenta, con esa precisión que se exige, de la siempre convulsa escena política, de la compleja y no pocas veces dolorosa realidad
social y de los derechos humanos, de la persistente violencia criminal o del castigo de los fenómenos naturales, por citar sólo algunos tópicos.
En el espectro de la llamada Información General, existe una natural especialización en las fuentes, pero en los jornaleros existe los atributos de versatilidad, disposición y talento para
dar cobertura a todas.
Sólo hay que ubicarse en la dinámica del momento, de no perderse en el tupido bosque informativo y de estar siempre con la mirada y los oídos atentos en todo, en todo. Y claro, nunca debe
faltar un completo directorio de contactos.
Y esto son, así viven a diario los reporteros de los que este periódico se ufana.
Los años 80 del siglo pasado fueron un periodo de transición en la economía del país. Llegó a su fin un modelo que durante las cinco décadas previas basó el crecimiento en una fuerte
participación del Estado en la actividad productiva y en la protección a los empresarios nacionales frente a la competencia del exterior. La crisis de la deuda externa y el fin del auge
petrolero acabaron con ese arreglo y abrieron la puerta del poder político a un grupo de tecnócratas que se alineó y logró imponer los dictados de los organismos financieros internacionales.
El costo fue cargado a trabajadores y campesinos. Vino venta de empresas estratégicas, la apertura comercial y financiera y el encumbramiento de una clase empresarial que hizo fortuna con
la compra de compañías públicas. México es el único país en que áreas fundamentales, como la banca o la distribución de alimentos, están dominadas por firmas extranjeras. Bajo crecimiento
–no más de 2 por ciento en promedio por año y ahora incluso menos–, desigual distribución del ingreso, la batalla por mantener el control de los recursos energéticos y un profundo cambio
tecnológico han sido signos de estos tiempos, en los que La Jornada ha dado cuenta de los hechos que marcaron la economía nacional y mundial. Como dirían los clásicos: seguiremos informando.
El edificio que ocupo La Jornada en su inicio. Foto Archivo La Jornada
Las noticias proliferan con velocidad asombrosa, caótica y desordenadamente. Los artículos de opinión buscan darle al lector una visión de conjunto de los fragmentos de información que
recibe. Procuran ordenar, analizar y explicar, con profundidad y claridad, las causas de los hechos noticiosos. Ofrecen un cuadro coherente de la actualidad. Interpretan y dan sentido a los
acontecimientos.
Desde hace 38 años, las páginas de opinión de La Jornada han sido una plataforma privilegiada para debatir en la plaza pública. Un espacio que sirve, no para mandarle recados al poder, sino
para dialogar con y entre la sociedad en movimiento, sobre los hechos significativos en el país y el mundo. Una tribuna que busca ilustrar al público.
A lo largo de la historia hemos contado con grandes plumas. Las seguimos teniendo. Noam Chomsky, Eduardo Galeano, Octavio Paz, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Carlos Montemayor,
Cristina Pacheco, Pablo González Casanova, José Blanco, Magdalena Gómez, Pedro Miguel, Silvia Ribeiro, Marcos Roitman, Fabrizio Mejía, Manuel Pérez Rocha son apenas unas cuantas, de una
larga lista, de la que forman parte también, actores relevantes de los movimientos populares. Su voz profunda ha iluminado (y lo siguen haciendo) la oscuridad de los tiempos convulsos que
vivimos. Sus colaboraciones son un punto de encuentro entre la historia instantánea y la historia mayor.
Decía José Martí que “no hay cetro mayor que un buen periódico”. Juntos, de la mano de reporteros, fotógrafos y editores, articulistas y columnistas, han hecho de nuestro diario ese cetro.
Cumplimos 38 años en los que hemos visto la vida efímera de muchos acontecimientos, no así la de otros, con un aprendizaje constante, cambios en el mundo, en México y en La Jornada.
Irrumpió una pandemia que no nos detuvo, pero que nos hizo sufrir la pérdida de entrañables compañeros y acercarnos a otros en su dolor.
Así hemos abierto surcos en los que ha quedado sembrada la semilla de un periodismo libre. Hemos caminado con paso firme, siempre hacia adelante. Hemos estado en primera fila en el acontecer
nacional y mundial, con coberturas que nos han dejado exhaustos, pero con ese buen sabor de boca al ver el trabajo impreso al día siguiente.
Renovamos la experiencia de toparnos con la edición del día al caminar por las calles, llegando a nuestros lectores. También la de tocar ese producto y releerlo, a menudo con el temor de
encontrarnos con alguna “travesura” de los duendes del error, que a veces hacen tan de las suyas que se cuelan a pesar de las variadas lecturas que recorrieron un texto una y otra vez.
Es esta la vida que escogimos, nuestra nunca bien ponderada profesión, la que desempeñamos cada día en esta nuestra gentil y generosa casa: La Jornada.
Talleres del periódico en Cuitláhuac. Foto Archivo La Jornada
La Jornada comenzó su andar en un mundo dividido por la guerra fría, con la tarea de visibilizar los movimientos sociales en nuestro hemisferio y otras latitudes.
En nuestras páginas han tenido voz los sin voz, los nadies, los golpeados por las invasiones de Estados Unidos a Panamá, Irak y Afganistán, por la ocupación israelí de Palestina, por el
bloqueo estadunidense a Cuba.
Están las voces infinitas de un movimiento humano sin precedente –migrantes, refugiados, desplazados– quienes transforman el mundo al hacer sus caminos.
Vimos la aparición del sida, el Internet, la caída del muro de Berlín, la tragedia de Chernobil, el colapso de la URSS, el fin del apartheid en Sudáfrica, la devastación del tsunami en Asia.
La Jornada estuvo en las protestas de Seattle que anunciaron el nuevo movimiento altermundista en rebelión contra el neoliberalismo.
Dimos cuenta del retorno a la democracia luego de la larga noche de las dictaduras en Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia y Chile, y la Operación Cóndor.
Se documentó el ascenso de un liderazgo progresista en América Latina en la primera década de este siglo, interrumpido por golpes de Estado, pero que de nuevo toma impulso. Al comenzar la
asonada contra Hugo Chávez, La Jornada entrevistó al líder bolivariano reinstalado días después por su pueblo.
Han sido relevantes los estallidos sociales en diversas esquinas del mundo incluyendo el 11-M en España, la Primavera Árabe, Black Lives Matter y un nuevo movimiento ambiental ante el cambio
climático.
Tras la pandemia del covid-19, está en juego un rediseño geopolítico del mundo con la invasión de Rusia a Ucrania, el renovado peligro de guerra nuclear mientras se cierne sobre la humanidad
como espada de Damocles el cambio climático.
La contribución de los corresponsales de La Jornada en los 31 estados se ha reflejado en innumerables notas que por la trascendencia de los acontecimientos alcanzaron las ocho columnas, se
mantuvieron durante días, semanas e incluso años en la mirada de nuestros lectores.
Basta mencionar la explosión en instalaciones de Petróleos Mexicanos en San Juan Ixhuatepec; el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, los estallidos en el drenaje de
Guadalajara; la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa; la matanza de 45 indígenas tzotziles en Acteal.
También la captura, desarme y desnudamiento de unos 100 policías por parte de pobladores y normalistas de El Mexe; las masacres de campesinos en el vado de Aguas Blancas, la de presuntos
integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo en una escuela de El Charco, entre otras.
Cuentan asimismo la muerte de 49 niños en un incendio en la Guardería ABC, la represión de los campesinos de Atenco, la ejecución de 72 migrantes en San Fernando; la destrucción que dejaron
huracanes como Gilberto y Wilma e inundaciones devastadoras como la que sufrió Tabasco.
El corazón de la sección Estados y la comunidad jornalera fue sacudido con los asesinatos de Miroslava Breach Velducea y Javier Valdez Cárdenas, corresponsales en Chihuahua y Sinaloa,
respectivamente, el 23 de marzo y el 15 de mayo de 2017. Ya pasaron cinco años y seguimos a la espera de que se haga justicia y se sancione a los autores intelectuales y materiales.
En su memoria y por nuestros lectores, es que diariamente buscamos hacer un mejor trabajo.
No fue la necesidad de satisfacer un antojo, ni la casualidad, era una cita, impostergable, y esa mañana, antes de que dieran las once del día, la vista descubrió, ahí, cruzando el arrollo,
en el número 67 de la calle de Durango, en la Roma, el portón cerrado, mudo, de aquella vivienda, muy del tipo inglés, que sin embargo no oponía resistencia a los golpes de memoria llegados
desde aquellos momentos de hace 39 años.
Aunque siempre, casi como lugar común, las memorias de los primeros días de LaJornada se relatan una y otra vez en todos los foros y platicas en donde se demandan, esta vez fue un
encontronazo que me obligó a recargarme en la pared contigua al estacionamiento donde había dejado mi vehículo. Eran las 10.53 de la mañana.
Como aroma de café, los aires de aquellos días llamaron a las experiencias del inicio de nuestro diario. Me vi llegando a las puertas de la casona, acompañado de la reportera Andrea
Becerril, recién maltratada por la dirección de Canal Once, pero bien recibida en el cuerpo de trabajo del diario. Aún no había fecha de salida.
Ahí llegábamos todos los que decidimos fundar el diario. Los directivos incansables junto al inolvidable Miguel Luna, laborando día con día, todo el día. Pedro Valtierra que no tenía donde
publicar, pero que seguía apuntando con el ojo de su Leika a los momentos de la cotidianidad en una ciudad, que muy poco tiempo después, en 1985, recibiría la ira de la tierra que la
cambiaría totalmente y para siempre, como apuntaba con razón Jaime Aviles envuelto en aquella gabardina histórica que guardaba sus penurias y sus alegrías de reportero.
La experiencia anterior, el diario en el que durante un poco más de un lustro encajamos las razones de muchos, transformadas en letras, se nos desmoronó entre las manos victimado por el
síntoma inequívoco de la descomposición que ya comenzaba –había iniciado la larga noche del neoliberalismo–, pero nosotros teníamos algo más que decir. El compromiso no había caducado. Crear
nuestro propio medio era el siguiente paso obligado.
Sabíamos el camino, pero no donde y cuando terminaría. La ciudad seguía cambiando y sus pobladores daban idea de sus necesidades políticas. El diagnóstico fue certero, La Jornada necesitaba
testimoniar el paso tiempo en la capital de México.
Sin premoniciones sobre el escritorio, se formó la Sección “Capital”. Un año después, escritos y fotografías relataban las transformaciones, trágicas algunas de ellas, que empezaba a dar una
nueva fisionomía al entonces Distrito Federal.
Los cambios siguieron sin dar pausa. Un nuevo nombre, Ciudad de México, tomó el lugar de aquel que limitaba y rechazaba libertades. Uno tras otro, los testimonios, las denuncias, las
marchas, las exigencias que obligaban a saltar hacia una ciudad de derechos se contaban en la sección “Capital”.
La Ciudad de México señaló la ruta y la democracia se instaló, pese a todo, con la voluntad de la mayoría de su gente. El sufragio se inclinó a favor de la oposición, de la transformación.
La ciudad se levantó como el punto de resistencia, sus habitantes lucharon con sus derechos y en “Capital” se imprimían las fotos históricas de la verbena popular con la que se recibió al
primer gobierno, que con la bandera de la izquierda llegaba al poder.
Vinieron años difíciles, de confusión. Un día de aquel 2009 se paralizó la vida en una de las urbes más pobladas del planeta. Las calles quedaron vacías, el comercio interrumpido, los
cubrebocas –seis millones repartieron los soldados–, aparecieron en el rostro de los capitalinos. El gobierno cerraba la ciudad para evitar que el contagio por influenza se extendiera.
El reloj me acaba de avisar que son las 12.15, la hora de mi cita, y que mi encuentro con el destino ha terminado. En mi cabeza, sin embargo siguen retumbando nombres, se agolpan los
momentos que le arrebato a la memoria y miro otra vez a la puerta del número 67 de la calle de Durango en la Roma, donde nació nuestro orgullo jornalero.
Hemos puesto el énfasis en la interpretación de los acontecimientos a través de la manera de presentar los hechos. La noticia cotidiana, las entrevistas a los creadores, la crónica de lo que
sucede en los escenarios y detrás de bambalinas, son el eje de nuestro ejercicio periodístico.
Todo eso ha conformado un paisaje mural de ciclos que terminan y eras que comienzan.
Por ejemplo, el esplendor de los formatos tradicionales en obras pictóricas, esculturas, libros, óperas, registros fonográficos, ha dado paso a la era digital, con todas sus complejidades y
misterios. Ese es uno de los muchos cambios en la vida cultural que hemos registrado en estas páginas.
Tres premios Nobel de Literatura han caído en casa en estas casi cuatro décadas: Octavio Paz, Gabriel García Márquez y José Saramago.
Muchos temas que hoy son cotidianospara las instituciones culturales y otros medios de comunicación, han sido propuestos por La Jornada, dedicada a crear agenda, a poner en primer plano
territorios otrora ninguneados, olvidados, entre ellos, el apoyo, apuesta y cultivo de la literatura en lenguas indígenas.
También, el dar voz a creadores que carecen de reflectores y producen fuera del sistema establecido; escritores jóvenes que hoy forman parte del corpus literario nacional e internacional.
En La Jornada nos sentimos muy orgullosos de formar parte activa de la documentación, registro e interpretación, desde la noticia cotidiana, de todos estos años, como parte del florecimiento
de la cultura nacional. Y vamos por más.
Hace unos años, cuando el entonces jefe de Espectáculos Fabrizio León me comentó que deseaba proponer abrir una página que registrara todo lo relacionado con la ciencias, no lo creí.
Hacíamos Espectáculos y aunque nuestra línea era crear algo serio pero divertido del mundo de la farándula, adentrarnos en lo rígido que es la fuente científica no era cualquier cosa.
Teníamos que buscar la información, sobre todo de la agencias, que fuera lo más cercano a una propuesta formal y de respeto al trabajo de los investigadores, a la vez que fuese la más
entretenida.
A la fecha, Ciencias en La Jornada es un oasis en el desierto de los datos duros de la política, la economíoa y la sociedad. Es un refresco visual ya quen se ha convertido en un nicho de
fotografías con acento en la estética, sin olvidar a la exactitud de los datos que emergen de los estudios e investigaciones.
Aunque pequeña y no sale todos los días, a este día hay lectores que buscan en Ciencias los temas que en su momento fueron vanguardia y que tiempo después, surgen como tópicos de la vida
nacional e internacional.
En su tiempo de vida, nos hemos enfocado en buscar la mejor historia, la más ecléctica situación en cuanto, y para sintetizar, rescato una carta enviada al Correo Ilustrado de este diario,
la cual escribió Carlos Noriega Félix respecto a una nota breve que apareció en Ciencias: “En medio del fragor de la batalla de cada día por la sobrevivencia humana, y de la lucha por la
conquista del poder político y económico, en un rincón tranquilo de La Jornada aparece una pequeña nota en la sección de Ciencias: Ubican el hoyo negro más antiguo jamás observado. Sin
entrar en el misterio de lo que es un agujero negro, este fenómeno observado está a 13 mil 100 millones de años luz, es decir, a una distancia que la luz viajando a 300 mil kilómetros por
segundo tardaría 13 mil millones de años en recorrer, y no solo eso, lo que están observando no existe ahora, es una foto de lo que fue hace 13 mil millones de años, a sólo 690 millones de
años después del inicio del Big Bang… si es que el universo tuvo un principio. Sin poder imaginar lo que esto significa, el solo pensar en ello provoca un sano agujero negro de humildad en
la mente humana...”
Debo decir que en Ciencias he publicado dos de las entrevistas que más me han dejado satisfecho. Una con el astrofísico chileno José Maza y con el astrofísico de la Universidad de Harvard,
Avi Loeb
Espectáculos en La Jornada no es una sección, es un foro, un escenario que da voz a quien no la tiene. Pero también es un escaparate de pensamiento e ideas para los creadores que desean ser
escuchados con verdad y libertad. Valga esta calificación para unas páginas que, a lo largo de casi cuatro lustros, se han dedicado a formar audiencias de diferentes expresiones en el ámbito
de cultura popular.
En sus páginas hay registro desde los artistas incipientes hasta los consagrados. Los logros de cineastas, músicos, histriones y creadores en general, a quienes se ha reseñado en su
dimensión humana y eso es uno de los sellos distintivos de esta sección.
Su creación se debe a la audacia del fotógrafo y periodista Fabrizio León Diez, quien creyó en las plumas de Arturo Cruz Bárcenas, Jorge Caballero y quien esto escribe, para abordar de forma
profunda el quehacer creativo de humanos destacados. Tal fue la confianza de Fabrizio, que esta sección, en lo personal, me ayudó a formarme como periodista, pero sobre todo, como hombre.
Fue la mina de la que pude extraer material precioso para la edición de mi libro Alquimia Audiovisual, racimo de textos que no es más que una recopilación de entrevistas y otras piezas que
publiqué en este gran sección.
Por Espectáculos han pasado las ideas y pensamientos de figuras del cine como Emir Kusturica, Oliver Stone, Werner Herzog, David Cronenberg, John Malkovich, Monica Bellucci, Juliette
Binoche, Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón, pero también personajes de la música como Brian Eno, Peter Murphy, Ennio Morricone, Gustavo Cerati, Patti Smith y
Juan Gabriel. Y también, decenas de no conocidos, han impulsado sus carreras tras ser publicados en esta sección, de la cual, me atrevería decir, no existe en los medios de comunicación
mexicanos una igual, porque no basa sus fuentes en temas superficiales sino que todos los días pretende ir al fondo.
En septiembre de 2014, cuando el país despertó con la espantosa noticia del ataque y desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa en la ciudad de Iguala, Guerrero,
hubo otras víctimas que fueron arrolladas y marginadas por el estruendo de los acontecimientos. El autobús en el que viajaba el equipo de tercera división, Avispones de Chilpancingo fue
acribillado por sujetos encapuchados. Esos jóvenes, apenas unos adolescentes, también sufrieron la barbarie y la complicidad criminal del aparato del Estado en esa noche infame. La Jornada
abordó aquella historia, escuchó las voces de los padres y de los sobrevivientes, un registro en la páginas de la sección de Deportes, porque como se comprometió desde su fundación, esta es
una actividad que también expresa a una sociedad.
Un periódico que nació para acompañar a la diversidad de grupos sociales y sus demandas, muchas veces invisibilizados desde el poder, no podía asomarse a la pluralidad de fenómenos que
expresan a un país desde el discurso dominante. Los deportes, como otras actividades, fueron abordados desde una mirada transversal. Lo lúdico y lo social, lo simbólico y lo emotivo, la
corrupción y hasta el efecto de la violencia, todo con la certeza de que la actividad atlética, además de la competencia en sí misma, expresan mucho más de lo que reflejan los simples
marcadores.
El futbol como fenómeno de masas que apela a las identidades como ha narrado La Jornada en las diversas Copas del Mundo, pero atendiendo sobre todo los sentimientos que se disparan a ras de
calle, entre los ciudadanos que nos cruzamos en las plazas y también en los santuarios de pasión como son las tradicionales cantinas. Basta recordar la célebre fotografía de Fabrizio León
publicada en este diario durante el Mundial de México 86, cuando Hugo Sánchez falló un penal que significaba el desempate ante Paraguay. En el Salón Corona, los parroquianos se llevaron las
manos a sus rostros, deformes por el asombro, y con una risa irónica por el terrible destino que parece perseguir al futbol mexicano, una imagen que habla de mucho más que de un pénalti
errado.
Los fotógrafos de La Jornada han sido testigos comprometidos de múltiples historias: trabajadores, campesinos, políticos, fiestas, lágrimas, pandemias y la vida cotidiana de este país. En
diferentes épocas, podemos recordar viajes con maletas cargadas de químicos, búsquedas antena en mano del satélite requerido en medio de la selva lacandona, y en épocas más modernas, el
peregrinar en conflictos bélicos para cumplir con la tarea de llevar nuestra mirada a los lectores. Diferentes generaciones han dado luz a éstas páginas, todas ellas con imágenes agudas,
críticas y cimentadas en la historia y los nombres de la fundación de ésta casa editorial.
El fotoperiodista de La Jornada no encuentra imágenes, las busca, vive pendiente de ellas. Está, observa, espera, dispara, envía y publica. No vive su vida como otros porque está aguardando
el momento decisivo. Como reivindicaba Henri Cartier-Bresson, su cabeza, su ojo y su corazón están en ello. Las mejores fotos son las que toma porque está alerta.
Hoy cumplimos 38 años de aportar riqueza icónica a nuestro país, atesorando un archivo que nos detalla y nos recuerda diversas luchas, muchas voces y grandes instantes captados por decenas
de fotógrafos y fotógrafas que han sumado su talento para llevar al lector al lugar de los hechos.
El compromiso sigue intacto desde 1984, situar al público en el momento preciso y generar en él ese sentimiento que nos lleva a buscar siempre la mirada particular de La Jornada.
Carlos Payán, Carmen Lira y Noam Chomsky, brindan en el 25 aniversario del periódico. Foto Archivo La Jornada