
Lo que pasa en valencia se queda en valencia | las provincias
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Pocas ciudades de cuantas he visitado me han espantado más que Las Vegas. No es que tuviese demasiadas esperanzas depositadas en ella -hice escala una ... noche, como lugar de paso-. Sus
atributos más famosos nunca me habían generado demasiado interés y no confiaba en que una vez allí fuese a encontrar otros destacables. Las expectativas, por lo tanto, eran bajas. Y aún así
la percepción final fue más horrible de lo que preveía. Me pareció un lugar decadente, sin ningún tipo de personalidad ni atractivo, con un montón de visitantes pululando por sus avenidas en
busca de una supuesta diversión asegurada que una vez allí no resultaba tan fácil de localizar. Hace unos días iba yo caminando por la calle San Vicente y se incorporó a mi lado un grupo de
chavales que acababan de salir de la estación Joaquín Sorolla. El acento denotaba que no eran españoles y el ánimo, que venían a pasárselo bien durante el fin de semana. Nada que objetar al
respecto. Su predisposición y sus ganas por divertirse eran tan evidentes que se escuchaban perfectamente todos sus planes para disfrutar durante las siguientes horas. «Lo que pase en
Valencia, se queda en Valencia», concluyó uno de ellos, ante el júbilo de sus compañeros y mi absoluto desconcierto. Por supuesto la frase me trasladó al famoso eslogan -What happens here,
stays here- que una agencia de publicidad ideó a principios de siglo para la ciudad de Nevada y que se ha quedado en el imaginario colectivo para usarla cada vez que vamos a excedernos y
queremos que quienes nos acompañen guarden silencio y sean discretos al respecto. LAS MULTITUDES POR EL CENTRO Y EL DESGASTE QUE PROVOCAN EN NUESTRAS CALLES EXIGEN UNA REFLEXIÓN ¿Se está
convirtiendo Valencia en Las Vegas? Claro que no. Ni han proliferado los casinos ni todavía nos ha dado por construir reproducciones de la Torre Eiffel o la estatua de la Libertad para
decorar algún recoveco. Menos mal. Otra cosa es que se parezca la actitud con la que los turistas acuden a ambas localidades. En el caso de la americana no hay duda de las intenciones en la
visita. Se la conoce también como la capital del entretenimiento mundial o la del pecado -terribles ambas denominaciones si me preguntan, y completamente inapropiadas-. Quien por allí pasa
lo hace presumiblemente para cometer locuras, para emborracharse, para deleitarse en el exceso. Supuestamente la ciudad invita a eso. ¿Queremos que Valencia invite a eso? Espero que no. Pero
para ello hay que trazar un plan, proponer alternativas de ocio, promover otros tipos de turismo, generar una marca que nos distinga de otros modos. No es un asunto fácil de resolver, ni
único de nuestro territorio. No hay que dejarse llevar por las cifras, ni eludir los problemas que representan. Las multitudes por el centro histórico y el desgaste que provocan en nuestras
calles y en los vecinos exigen una reflexión y tomar algunas determinaciones firmes.