El que esté libre... | la verdad

El que esté libre... | la verdad


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En estos días de meditación, conversión, de amor, perdón y recogimiento, mi vetusta mente se ilumina con las palabras y frases que nos legó Jesús ... antes de morir crucificado para que


recapacitemos sobre aquello que nos puede hacer reflexionar para ser más útiles al prójimo e introspectivamente nos concienciemos de que antes de castigar a los demás, nos examinemos


nosotros mimos. Sería importante plantearnos una reflexión sobre el pasaje que nos narra San Juan en el Evangelio, cuando Jesús era increpado y acosado –maliciosamente– a preguntas por los


maestros de la ley y los fariseos, y le presentaron a una mujer adúltera que, según la ley de Moisés, debería ser dilapidada hasta la muerte. Y le preguntaron qué era lo que él opinaba sobre


la actuación de la adúltera. Jesús se inclinó y comenzó a escribir con el dedo en el suelo. Ante la callada de este, insistieron y le cuestionaron de nuevo para que respondiera. Jesús se


levantó y dirigiéndose a los enfurecidos dilapidadores, les dijo: «El que esté libre de pecado de vosotros, que tire la primera piedra». Se volvió a inclinar para seguir escribiendo con el


dedo en el suelo. Pasados unos minutos, alzó la vista y no vio a nadie. Entonces, se dirigió a la mujer, «¿Dónde están tus acusadores?». Ella respondió: «Se han marchado». «¿Ninguno te ha


condenado?», preguntó. Y ella contestó que no. «Tampoco yo te condeno. Vete y no peques más». Ejemplar y caritativa lección y perdón para aquella época, también para la actual y para las


venideras. Estamos hartos y hastiados de escuchar las refriegas acusatorias de unos y otros. De convertir el Congreso y las redes sociales en un constante combate de improperios e insultos


de un bando y de otro acusándose de corruptos, de insolidarios, de antipatriotas y de otras lindezas que se viven en el Parlamento con un despotismo y una prepotencia más propia de peleas


callejeras que de un lugar de discusión razonada y serena encaminada al entendimiento. Por eso, humildemente, sin que nuestros dignos representantes se sientan ofendidos, puesto que su


ocupación y su deber es estudiar y preocuparse por las necesidades del pueblo, en vez de enzarzarse en disputas banales y tirarse los trastos a la cabeza con acusaciones mutuas, les ruego


que se miren el ombligo, por si alguno –o todos– están libres de pecado o de culpa. Y, mientras tanto, inclinaré la cabeza y escribiré con el dedo en el suelo, porque se me ha acabado la


tinta del bolígrafo. Quizá, cuando alce la cabeza, el Hemiciclo estará vacío. No tendremos esa suerte.