La puerta | La Verdad

La puerta | La Verdad


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Los dos gañanes, ¿o eran tres?, habían salido de un antro de dudosa fama que no frecuentaban demasiado. Iban con la torpeza del andar calamocano. ... Torpeza y euforia contenida y extendida


por sus venas repletas de alcohol. A esas horas de alta madrugada, nadie se les cruzó en una plazuela presidida por una cruz en su centro. Cerca de allí, la Catedral ofrecía su imponente


mole, y su no menos enorme puerta herméticamente cerrada. Uno de los gañanes sintió el absurdo deseo de entrar en la iglesia, cuando ni recordaba la última vez que fue a una de ellas. Golpeó


con fuerza el portón recibiendo a cambio un dolor en manos y puños que le cabreó lo suyo. «Vamos, déjate de tonterías, y sigamos nuestro camino», le aconsejó uno que llevaba medio


desabrochada la camisa, por no decir, del todo desabrochada. Se internaron en una histórica calle, bien iluminada en la noche, aunque no hubiera entonces alma alguna. Tampoco los servidores


de la ley se encontraban por allí, quizás porque el gremio confíe en sus conciudadanos, incapaces de violentar personas y enseres. No conocían al empeñado en abrir puertas ni al descamisado.


Al pasar por un primoroso edificio en cuyo frente podría leerse, si es que nuestros protagonistas supieran leer, la palabra 'casino', uno de ellos, el mismo que intentó penetrar


por la puerta a la Catedral, quiso meterse por la de esta otra mansión. Ya es manía, Señor, la de entrar por donde no se puede entrar. Esta vez creyó que el pórtico no era tan resistente


como aquel primero, puesto que el maderamen estaba trufado de preciosos vidrios. Dos patadones le demostraron lo difícil del empeño. El descamisado, que había dado alguna somnolienta


cabezada, le dijo: «Mira la que te ha 'dao' hoy con abrir puertas. Lo que tendríamos que hacer ahora es irnos ya a nuestra choza y dormir la borrachera lograda». «Calla y coge de


aquí», le replicó el compadre, señalando un enorme macetero que nadie hubiera imaginado que se pudiera mover entre dos personas, por llamarlas de algún modo. El compadre obedeció la orden


del otro, y agarrando el gigantesco florero lo estamparon en el portón de marras, rompiendo lo que no estaba escrito. Pese a lo cual resistió, e impidió que los dos gañanes violaran el


histórico edificio. Medio asustados por el estruendo, y medio satisfechos de su hazaña, los abrepuertas pusieron pies en polvorosa, desapareciendo del lugar en menos que canta un gallo. Uno,


contento de haber puesto fin a la noche toledana; el otro, jodido por no haber logrado su objetivo de derribar puertas. Aunque la pregunta, la pregunta que se iban haciendo en su acelerada


huida, quizás fuera por qué demonios habían iniciado semejante hazaña. O qué satisfacción les había proporcionado la aventura. O si mereció la pena el riesgo que corrieron. Me temo que sus


inteligencias no alcanzaban a cuestionarse nada. No pensaron en nada. Igual que los que compran un par de botes de pintura en spray y hacen 'arte' en las paredes de una iglesia, un


palacio o un edificio recién terminado. No piensan más que en hacer daño. No piensan porque esos tipos no piensan. Y no piensan porque no saben lo que es cultura. Les basta con saber


escribir sus nombres y poco más. Ni a sumar alcanzan: las calculadoras lo hacen por ellos. ¿Y leer? Los libros que tienen, si es que los tienen, son de decoración. Quizás sus madres


adornaron los muebles del salón con un par de tomos del 'Quijote', más una historia del arte que le regaló el banco hace siglos. Lo de ir al cine o al teatro resulta inverosímil.


Si acaso, a un festival de rock de la banda más petarda posible. ¿Qué le importará a uno de esos gañanes (que he intentado describir a base de somera imaginación), si la puerta rota es del


siglo XIX o de cuando sea? O si va a ser motivo de enojoso asombro al viandante, o turista, que pase por allí la mañana siguiente. Les importa una higa. Durmiendo como están la mona de la


noche anterior, si acaso ven la televisión cuando se despierten, se sentirán orgullosos de hasta dónde han llegado sus agallas. SUS INTELIGENCIAS NO ALCANZABAN A CUESTIONARSE NADA. NO


PENSARON EN NADA No existe otra explicación a hechos como los recientemente sucedidos: que una buena parte de nuestra sociedad carece del mínimo de cultura (y educación) que la juventud


merece. Una juventud que trabaja, o intenta trabajar, que vive como puede. Y que vota.